Leo con inquietud la tendencia instaurada en el viñedo manchego en clara dirección a majuelos jóvenes, en espaldera, y, en suma, hacia más y más kilos de uva con menor inversión y trabajo. Me hablan del arranque de viñas viejas, de las que dan calidad.

Unas decisiones que se traducen en el abandono del viñedo por parte de las nuevas generaciones por falta de rentabilidad, del pago de 20 céntimos de euro y la apuesta por el peso en detrimento de la calidad de la uva. Es la ley del granel, de la saturación del mercado, del pan para hoy y hambre para mañana, de comprar la soga para ahorcarse.

Pasa esto, me dicen, en La Mancha, uno de los grandes viñedos del mundo, y aunque Rioja y Mancha tienen poco que ver, ambas regiones tienen en el sector vinícola uno de sus principales motores económicos, aunque no son comparables.

No me gusta el emparrado. Seré raro. Es el caldo de cultivo para el ambicioso, para que el que siente orgullo de ver el remolque lleno. Cierto es que se puede hacer un gran viñedo con la conducción en espaldera, pero son los menos. Sólo hay que darse una vuelta por los campos riojanos.

Digo esto por aquellos que en Rioja aún caen en la tentación del kilo en detrimento de la calidad. El futuro no está en producir mucho, sino bueno y ser competitivo. Rioja sabe de esto, pero no hay que olvidar que hace dos o tres otoños el kilo de uva también se pagó a 20 céntimos. Con papel. Y no, no estoy loco.