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José Glera

La Poda

El poder de la etiqueta

Las catas se han puesto de moda y se han abierto a un público heterogéneo. Siempre son interesantes. Pero en esa diversidad también está el peligro. En las catas, se disfruta, se aprende y se intercambian impresiones, aunque siempre son terreno peligrosamente abonado para que aparezca el típico listillo de turno. Incluso cuando la cata es a ciegas y demanda una prudencia más intensa.
Escenario real: cata a ciegas y expertos catadores. Todo transcurre con normalidad. Se degustan buenos vinos. De repente, se cuela (que mala leche) un caldo de mesa, del año, envasado en tetrabrick. Apenas supera el euro en el supermercado. Cuatro de los asistentes dan sus impresiones. El primero de ellos aprecia «aromas complejos» y «buena crianza» antes de definir al vino como «limpio, intenso y elegante». El segundo entiende que está catando un caldo «grato y del gusto del consumidor medio. Le encanta su «carácter» y le daría una medalla de bronce. El tercero asegura que ese vino está «muy bien presentado» y afirma que tiene la madera «bien integrada». 85 puntos sobre 100. El cuarto fue el único en cazarlo: vino de mesa. Y es que la etiqueta manda mucho al catar; y si no hay etiqueta, el peligro aumenta.

La Poda

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