Finales de los años ochenta. América espera grandes vinos de España. Rioja apuesta por la industralización. Llegan grandes, en dimensiones, bodegas. Es el momento de buscar lugares mágicos y concretos.
La reflexión corresponde a Álvaro Palacios, que ha alcanzado la gloria como viticultor en el Priorat (me hubiera gustado que fuera aquí). Más allá de otras valoraciones, el pensamiento es interesante. Conocí a Álvaro cuando emprendía esa aventura en Tarragona después de comprar una pequeña bodega. Allí. Han pasado muchas cosechas.
Él, como muchos, se ha buscado la vida fuera de Rioja. Otros se han expandido desde Rioja. Los éxitos siempre conllevan halagos y envidias. Álvaro elabora grandes vinos a los que suma su enorme capacidad para comunicar. Lo que en otros es un discurso vulgar, en él es pasión. Una virtud.
Su reflexión me lleva a otra propia. En Rioja se exige mucho al viticultor. Ahora se pelea más por el ‘terroir’ y la riqueza de variedades. Personalidad. Me parece bien la exigencia, pero también me gustaría que ese viticultor pudiera tener más facilidades burocráticas para salir al mercado con vinos propios, personales. Con pocas botellas, pero salir. Y que se la juegue. Gane o pierde. Él. Pero ese camino es casi imposible. La experiencia así me lo dice.