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José Glera

La Poda

Un reducto del Rioja de antaño

En más de una ocasión he expresado mi satisfacción por el trabajo de la hostelería en convertir el hábito del chiquiteo en algo más y en primar la calidad. Por ejemplo, en entender el mundo del vino como una cultura, en este caso del Rioja. Los cambios siempre afectan y la evolución conlleva que unos la afronten y otros se queden estancados. Esta semana hice una prueba.
Un crianza, por favor, pedí en un bar situado en el corazón de Logroño. La oferta de vinos en el establecimiento era variada. ¿Cuál sirven? De momento, no preguntan si tengo alguna preferencia. Van a la vinoteca, cogen la primera botella abierta y no sirven un vino, lo echan. Me fijo en la botella. Tapón de rosca. Horror. Trabaja con la botella y con tapón  como quien aprieta una tuerca en un tornillo, sin delicadeza. Generosa la ración, eso sí. ¿Antiestética? También. ¿El vino? De los peores crianzas que he probado últimamente. Ni barrica, ni cuerpo, ni nada de nada. Acuoso e incluso desagradable en nariz. Oxidado. Establecimiento estancado. ¿Tanto hubiera costado preguntar qué crianza podía beber y ofrecer su carta? Bar de antaño. Me gustó mucho más un vino del 2011 en otro establecimiento. Me dieron la oportunidad de elegir y lo sirvieron en su justa medida. No, no les diré cuál era ese vino que por ahora no volveré a probar. Hay muchos.

La Poda

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