No es nada difícil encontrar en las barras de los bares riojanos enormes cubiteras que cobijan una amplia gama de botellas de vino, hielo y agua. Se han puesto de moda merced a estética y, por otro lado, a la pelea que libran las firmas en este mercado.
No me parece mal ni mucho menos, pero sí que es más cuestionable el criterio con el que llenan esas cubiteras. A las botellas me refiero. Correcto que haya blancos y tintos jóvenes, propensos a beberse con cierta frescura. Lejos quedan las fregaderas de mármol llenas de botellas, aunque algún que otro establecimiento nostálgico las siga utilizando. Ahora bien, no entiendo que esa misma cubitera albergue también blancos más complejos elaborados con tempranillas o garnachas, por ejemplo, a los que el frío en exceso daña hasta anularlos en nariz y boca. Y algo similar se puede decir de los crianzas. Hay algunos que son tan simples que da igual que estén fríos que no, porque de por sí son vinos acuosos. Pero los que conjugan potentes aromas, buena boca y ensamblaje medido no merecen tal castigo. Prueben: mejor que pequen de calientes que de fríos. Así que, un poco más de criterio con el uso del hielo. La temperatura es importante. Tiene tal poder que hace de vinos buenos caldos vulgares.