Póngase en situación. Pasea tranquilamente por la Rua Vieja y dos turistas se acercan y consultan: Buenas tarde, estamos buscando un monumento el vino que nos han dicho que está en el Casco Antiguo, por estas calles. ¿Monumento al vino? Déjeme pensar. Por aquí no hay ningún monumento al vino. Les habrán guiado mal. Y así se cierra la conversación. Cada uno por su lado.
El logroñés sigue con su paseo por la Rua Vieja y de repente levanta la vista y ve el magnífico edificio que es el Centro de la Cultura del Rioja. Y piensa: quizá me preguntaban por el CCR, pero ¿monumento? Desde luego está más próximo al concepto de monumento que se disfruta desde el exterior que a un Centro de la Cultura al que se le presupone algo más que fachada, es decir contenido. Siempre se puede excusar en que está cerrado por vacaciones para que el turista no se percate de tal disparate. Se puede visitar, sí, sábados y domingos, con cita, pervio pago de cinco euros y con guía. Éste, el Espacio Lagares y el Calado de San Gregorio. Bien, pero insuficiente.
Para más guasa, en la web del Ayuntamiento de Logroño se define al CCR con las siguientes palabras: “Espacio singular dedicado al mundo de la cultura del vino, los paisajes, el clima, la arquitectura, la historia y su elaboración… Enclavado en el corazón del casco antiguo de la ciudad, ocupa una superficie de más de 3.000 m2 distribuidos en cuatro plantas…Este espacio, junto con el Calado de San Gregorio y el Espacio Lagares, componen el triángulo de oro del enoturismo de la ciudad”. Si el CCR está dedicado al mundo del vino y se enmarca en el triángulo de oro del enoturismo capitalino sólo puedo pensar que se utilizan adjetivos gradilocuentes pero vacíos porque cultura y enoturismo, la justa, al menos en el triángulo de oro.