Es un hecho contrastado que en nuestro país gestionamos de pena las despedidas. Da igual los méritos contraídos anteriormente, da lo mismo la trayectoria: siempre se sale de los sitios de mala manera. Vicente del Bosque no es una excepción. De ser junto con Luis Aragonés los artífices del sueño español de los títulos y el reconocimiento internacional, a terminado como un simple coloca conos en los entrenamientos y el Marqués de cierta hortaliza de la familia de las crucíferas y que nos negamos a utilizar por las segundas intenciones que tiene la palabra. Una lástima.
Es cierto que el propio seleccionador ha cometido errores de bulto el el diseño de su adiós. Posiblemente eligió el peor momento para la jubilación. Pudo haberlo hecho el Brasil, especialmente tras el primer aviso de la Confederaciones, pero optó por continuar. Solo el salmantino conoce las razones por las que se mantuvo al frente de un proyecto que ya ofrecía serios síntomas de agotamiento. La historia de esta Eurocopa y el abrupto final de España son conocidos. Tampoco ayudó la invisibilidad del máximo responsable de la selección y de toda la Federación Española, escondido para salvarse de la tormenta que ha asolado el centro de gravedad de la corrupción en UEFA y FIFA.
Del Bosque también tendrá sus razones para señalar con el dedo acusador a Casillas durante su despedida mediática. Solo ellos saben qué ha sucedido para que una relación de más de 20 años se haya deteriorado de esta forma. Lo cierto es que ha sido como el pistoletazo de salida para que toda la porquería acumulada en el patio trasero de la selección saliera a la luz, en un intento de demostrar que no todo era felicidad y armonía dentro del equipo. Y uno se pregunta si ha merecido la pena emborronar de esta manera tan triste la bella y brillante historia de la mejor generación de futbolistas que ha tenido este país en toda su historia…