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Jorge Alacid

Línea de puntos

Vendrán años más malos

Clinton, en el Club Reduta de Praga.

«Si desplumas a un pollo pluma a pluma, nadie lo nota» (Benito Mussolini)

 

 

El Reduta es un club de jazz alojado en el ombligo de Praga, a cuya sala se accede a través de un angosto pasillo festoneado por los retratos de las celebridades que allí han actuado. Entre ellas, Bill Clinton. Que aparece fotografiado tocando el saxo cuando visitó el país como presidente de los Estados Unidos y se dejó guiar hasta el Reduta por su secretaria de Estado, Madeleine Albright. Natural de Praga, por cierto, y víctima de las dos grandes plagas totalitarias del pasado siglo. El fascismo de Hitler, el comunismo de Stalin. La pequeña Madeleine tuvo que abandonar con su familia la orilla del Moldava para mudarse a Estados Unidos pero ni olvidó sus raíces ni olvidó tampoco que mientras su país era aplastado por el oso ruso, la minúscula sala Reduta representaba un refrescante oasis de libertad, vinculado a los sones de luminarias como Winton Marsalis que una vez traspasaron sus puertas. El jazz, como símbolo de libertad para la sometida Praga, según relata Albright en un libro de reciente aparición e intimidante título: ‘Fascismo. Una advertencia’. En su libro, la vieja dama de la diplomacia estadounidense repasa la temible coyuntura actual, amenazada por tantos ismos tan parecidos a los que ella combatió (y la sala Reduta igualmente). El fascismo, claro, pero también sus hermanos pequeños, a menudo igual de preocupantes, puesto que engendran en su seno el huevo de la serpiente. El populismo, por ejemplo. El nacionalismo, desde luego. Tantas veces camuflados en ideologías duchas en dar gato por liebre. Y tantas veces emboscados, esperando su hora. Aguardando pacientes un contexto favorable. No conviene engañarse, avisa Albright, que conoce bien al monstruo. Ese contexto ya ha llegado.

La edición de su libro coincide con otra publicación reciente que ahonda en la misma tesis desde una perspectiva diferente. La firma el joven politólogo riojano Pablo Simón, a quien por edad Hitler, Stalin y Winton Marsalis le caen muy lejos. Pero no sus efectos. Ni las consecuencias de las doctrinas impulsadas por los dos primeros. De modo que la escritura de ‘El príncipe moderno’ debe situarse en esa estela donde la civilización occidental se concede unos segundos para analizar cuanto le rodea y lanzar algunas advertencias. El tipo de advertencias que históricamente suelen ser desatendidas. Simón llama la atención sobre una de ellas: el mejorable caso que las democracias contemporáneas prestan a fenómenos como la baja condena que las urnas propinan a los políticos cuya trayectoria empaña la corrupción. Y el lento aunque poderoso avance de otro enemigo inquietante para el modelo democrático: el auge del partido de los abstencionistas, que amenaza con erigirse como la fuerza más votada. El enemigo principal de la democracia: el desinterés de sus beneficiarios. La baza que mejor saben jugar los fanáticos de las dictaduras.

A uno de ellos, el italiano Benito Mussolini, se debe la cita que preside estas líneas. Está tomada del mencionado libro de Albright y sirve a su autora para espantarse sobre cómo menudean gobiernos del tipo que ella denomina «democracia iliberal», que se distinguen por recurrir a una estrategia que tiende a pasar desapercibida, aunque se ejecute ante nuestros olvidadizos ojos. Como el pollo desplumado por ‘il Duce’, de repente la democracia se evapora. En su lugar comparece un sistema donde la mayoría lo es todo. Y las minorías se quedan sin derechos.

Albright y Simón trazan, cada cual según su óptica, una precisa radiografía de las democracias contemporáneas, donde suele ignorarse otro factor decisivo: entre la confusión ideológica, lo que triunfa es un cambio de ciclo en el sistema económicosocial. Los efectos de la revolución tecnológica en curso no han alcanzado su máximo desarrollo pero algo sí sabemos. Que el mundo no volverá a ser igual. Y que la diferencia clave entre unos países y otros, entre unas sociedades y otras, la dictará la desigual capacidad de unas y otras para adaptarse al modelo que imponen los cambios. Que son radicales. El viejo modelo, el que sentó las bases de la democracia occidental tal y como la entendían los príncipes del liberalismo y los gurús de la socialdemocracia, ha mutado hacia algo bien distinto. Y una sociedad vale tanto como vale su capacidad de adaptación. De lo contrario, se hunde.

Porque, como nos tiene advertidos el gran Sánchez Ferlosio, vendrán años más malos. Viajeros desplazados al corazón de Europa, que auscultan cada día a los expertos en técnica anticipatoria, alertan de que el 2019, que está a la vuelta de la esquina, tiene mala pinta para el bolsillo de la clase media, genuino cimiento del Estado del Bienestar. Y que el 2020 puede ser peor, puesto que escasas lecciones hemos extraído en esta esquina del globo de la crisis que estalló hace diez años. En los santuarios de los centros de poder paneuropeos, en los seminarios de los ‘think tank’ de mayor prestigio, prende la idea de que nuestro Titanic vuelve a acercarse a su iceberg. Lo auguran desde el cómodo anonimato y también bajo los focos públicos. Ray Dalio, dueño del principal fondo de inversiones del mundo, abandonó toda sutileza hace unos días cuando avisó: «Llega una muy grande». Palabras que apuntan hacia la médula de un futuro seísmo que acecha escondido entre las mareantes cifras de deuda pública. Que a nivel planetario ya supera en billones de dólares el PIB mundial, siguiendo a escala gigantesca el frágil modelo implantado en España.

Y también en La Rioja. Que asimismo puede tomar alguna enseñanza de dos noticias recientes, ocurridas aquí al lado. Bilbao acaba de lanzarse a crear un polo universitario para atajar la crisis demográfica y atraer empresas punteras: quiere convertirse en ciudad universitaria a nivel europeo. Más cerca aún: la multinacional Bridgestone ha adquirido en Álava 20.000 metros de suelo industrial al pie de la AP-68, para levantar un gigante logístico. Es decir, que sí hay quien espabila. El que no lo haga deberá resignarse a ser ese sitio donde nunca pasa nada. El pollo que todos despluman, un país para diletantes. Como el club Reduta.

 

LA LETRA PEQUEÑA

Esperando a los ministros

Avanzan las semanas desde que Pedro Sánchez se instaló en Moncloa y La Rioja continúa a la espera de que algún miembro del Consejo de Ministros socialista se acerque por este rincón de España, la única región pendiente de acoger su llegada. Una situación que tiene pinta de corregirse este mismo mes, cuando se aguarda el desembarco de al menos un integrante del equipo presidencial: su vicepresidenta, Carmen Calvo. Para más adelante se confía en otras visitas ministeriales. Por ejemplo, la del titular de Agricultura, Luis Planas. O la del titular de Fomento, José Luis Ábalos.

Primarias, trabajo para el comité

Las primarias socialistas en Logroño apenas acaban de empezar. Queda pendiente la presentación de avales (hasta el día 30 hay tiempo) y un largo camino de inscripción de ciudadanos no militantes, campaña electoral y votaciones en primera vuelta, programadas el 25 de noviembre. Queda también tiempo para posibles conflictos entre los concurrentes, que deberán lidiar con el comité organizador cuya portavoz es la diputada regional Nuria del Río. Le acompañan en semejante responsabilidad Javier Ruiz, Laura Rivado, José María Rodríguez, Pilar Criado, Félix Palomo (estos tres, miembros del comité de ética), Carmen Fernández, Kilian Cruz y Lucilio Noval, gerente del partido.

Un repaso a la actividad política de La Rioja (y resto del Mundo)

Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.