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Jorge Alacid

Línea de puntos

Simpatía por La Simpatía

 

Alguna vez dejé escrito por aquí mi genuina simpatía por La Simpatía, y vayan por anticipadas mis disculpas por semejante juego de palabras, tan tontorrón. Me gustaba sobre todo apalancarme durante mis primeras visitas en las mesitas del fondo, desde que descubrí una de las paredes decorada con un póster del Logroñés de mi infancia. Con García Fernández, Simarro y demás ídolos mayores, a quienes acompañaba el marcial bigotón de Cenitagoya. Amparado bajo su mostacho, consumí unos cuantos vasos de tinto, aquel vinazo de los carreteros que procuraba a su vez tu propio mostacho decorado en negro azabache y obligaba a unas cuantas excusas atolondradas cuando llegabas a casa para justificar sin éxito la ingesta de alcoholes prohibidos por orden familiar. Por entonces, La Simpatía, al menos para mí, tenía algo de refugio. Superabas la barra, te apoltronabas  en aquellas mesitas de formica y le dabas a la cháchara interminable que no servía para arreglar el mundo, ni para arreglar Logroño siquiera, pero te permitía pasar un buen rato. Entretenerse era entonces la máxima aspiración ociosa de la provincia. Tal vez lo sigue siendo.

Se entenderá por lo tanto el desgarro emocional que supuso para sus fieles ver un día cerradas sus puertas, en el corazón de Laurel. Donde la calle vuelve a ganar anchura, despeja las multitudes del fin de semana y se proyecta hacia su tramo final, mientras dudas si elegir el recodo que lleva hacia el Sebas o profundizas hacia la jurisdicción del Blanco y Negro y demás familia. Cada vez que cruzo ante su cancelada estampa, vuelvo a ver el bigote de Cenitagoya. Y oigo incluso los trinos con que Javi, en mi segunda etapa como leal parroquiano, reclamaba de la cocina un par de cojonudos, manjar que me seducía menos que sus vigorosos calamares a la romana, despachados perfectos de punto y de sabor. La voz de Javi, esa voz… El himno de la calle Laurel.

El caso es que La Simpatía cerró. Hace ya alguna glaciación, aunque por caprichos de la memoria nos parezca que semejante suceso ocurrió anteayer. Hace unos cuantos meses, sin embargo, se obró un milagro, que creo haber relatado también en este espacio. Su puerta estaba abierta, unos operarios retiraban  escombros del interior mientras anunciaban su próxima reapertura, yo me apresuré a contarlo al improbable lector… Pero fuesen y no hubo nada, como en el soneto aquel de Cervantes. De modo que cuando volvía a pasar ante su puerta, confiaba en un nuevo prodigio, que aquel milagro anunciado cristalizara, pero pasaba el tiempo y no se movía un ladrillo. Cenitagoya podía esperar.

Pero en fin… Moría el verano cuando se proclamó la buena nueva. La Simpatía reabrirá un día de estos bajo una nueva fisonomía, la elegida por sus promotores para provocar un pequeño terremoto en los usos y costumbres de la calle. Una especie de revolución, porque el nuevo bar que se avecina tiene la intención de escapar del prototipo de negocio propio de la calle. Ocupará todo el inmueble, según me explican, y en cada altura habrá un ambiente distinto. Como una muñeca rusa, un piso llevará a otro y así sucesivamente: en uno se ofrecerá lo típico de la calle (buenos bocados, estupendos tragos), en otro se decantarán  los propietarios por reforzar la oferta gastronómica y habrá incluso una zona para tomarse una copa. Un cliente puede recorrer todas las fases de su ingesta favorita sin moverse del bar. Esa es al menos la previsión, todavía indeterminada, que anuncia otra curiosa novedad: el local tendrá entrada por dos calles. Laurel, por supuesto, pero también Bretón.

Los propietarios, acreditados empresarios del gremio hostelero como se escribía antaño, prometen detallar sus intenciones mediado el otoño. Pero de momento ya se puede compartir por aquí la inconcreta pero venturosa novedad: volverá La Simpatía. No será el de antes pero su reapertura cerrará esa herida que permanece abierta desde hace demasiado tiempo en el corazón de la calle Laurel. En nuestros propios corazones.

P. D. Escribí una vez por aquí, a propósito de los sabrosos calamares que despachaba La Simpatía antes de su cierre, que no los he vuelto a probar mejores en todo Logroño. Un improbable lector vino a matizarme: ojo con los del Samaray. No tenía el gusto. Pero corregí pronto aquella laguna y hoy lo confieso: estupendos. Tan ricos como aquellos de La Simpatía aunque carentes del rasgo definitivo. La hermosa voz de jotero con que los despachaba Javi.

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Sobre el autor

Jorge Alacid López (Logroño, 1962) es periodista y autor de los blogs 'Logroño en sus bares' y 'Línea de puntos' en la web de Diario LA RIOJA, donde ocupa el cargo de coordinador de Ediciones. Doctor en Periodismo por la UPV.