Los expertos en comunicación suelen recurrir a una metáfora para condensar el peculiar ecosistema informativo que acarrea la revolución tecnológica: aluden a que en caso de inundaciones, lo primero que falta es el agua potable. Lo cual tiende a suceder también estos tiempos tan raros en el ámbito de la información: tenemos mucha. Demasiada. Pero falta la fetén. La potable. Necesitaríamos muchos más ojos, todavía más pantallas, para procesar cuanto sucede ante nuestra mirada, tan analógica. Bien lo saben los habituales de la tribuna de prensa del Parlamento; especialmente, quienes llegan al pleno por primera vez y tienen que frotarse en efecto los ojos para creerse lo que ven. Puro dadá, concluía algún colega mientras observaba cómo entraba en la Cámara José Ignacio Ceniceros sin saludar siquiera a Pedro Sanz, quien a su vez daba la espalda a su sucesor porque estaba muy entretenido departiendo con dos diputados… de Podemos.
Nada que no se vea otros días, aunque la diferencia de la sesión de ayer con otras precedentes tenía que ver con la elevada electricidad que cargaba el ambiente y deparaba más y más escenas que serían insólitas si no ocurrieran tan a menudo. Porque el propio Ceniceros, acompañado por la consejera María Martín, que empuña por cierto la cartera de Salud, se había detenido a la entrada del Parlamento para conferenciar con quienes protestaban por las malas prestaciones del transporte sanitario. Como si sus quejas no fueran con él. Como si la adjudicación a Ferrovial de la controvertida contrata hubiera sido cosa de sus predecesores.
A Ceniceros le da buen resultado eso de no darse por enterado de los reproches que se dirigen contra su Gobierno. Ignora las críticas, se centra en leer los papeles que le acompañan en el atril, desgrana los logros de estos tres años durante unos interminables 90 minutos y por lo tanto asiste impasible a las escenas que regalan al resto de asistentes esos invitados de última hora que confraternizaban con un grado de camaradería que tendía a lo asombroso. El delegado del Gobierno, el socialista José Ignacio Pérez, compartía risas y confidencias con la alcaldesa de Logroño, Cuca Gamarra, en tan amistosa compañía que parecían del mismo partido. También lo parecían Emilio del Río y Francisco Martínez Aldama, que incluso aceptaba con cordialidad la cercana presencia de César Luena.
Son escenas propias de la nueva política. Ese escenario del que Ceniceros presume cada vez que puede, marcando por lo tanto su territorio, ajeno al estilo de su predecesor. Que había sido noticia ese mismo día, empañando con los avatares del urbanismo de Villamediana las vísperas del debate más esperado del año en el Parlamento. Al que Sanz permanecía ajeno. Se limitó a hacer lo de siempre, aplaudir como por compromiso, cuando Ceniceros elevaba algo el timbre de voz y sus señorías dejaban de adormilarse en el asiento y juguetear con el móvil. Ese ritual al que Juan Antonio Elguea, que volvía al escaño que ocupó durante la octava legislatura, se rindió en cuanto pudo. Como todo veterano diputado.
Porque la mañana iba de veteranos: para sorpresa del respetable, dos antiguos parlamentarios (Luis Fernández y Damián Sáez) se dejaron caer por el pleno, como buenos jubilados que no tienen bastante con las tareas propias de esa condición. Se ve que les entretiene más que la contemplación del estado de las obras observar las ocurrencias de sus sucesores o analizar las maniobras que se repetían por el exconvento de La Merced. Esos pasillos muy ricos en altos cargos, funcionariado del Palacete y alcaldes populares, alguno de los cuales protagonizó la finta del día: Luis Martínez Portillo regateó con ágil cintura a su querida concejal Rosa Ortega, más cómoda en la compañía de quienes como ella apoyaron en Riojafórum a Ceniceros.
Así que incluso el ojo bien entrenado para los tiempos digitales hubiera sufrido ayer por lo antedicho: sí, demasiada información. Y altas dosis de intriga. Porque se acercan las elecciones, precedidas de la alta tensión resultante de la elaboración de listas, y hasta Ceniceros, incólume de suyo a dejarse influenciar, tuvo que incluir a Perogrullo en su discurso: «Si el año pasado dije que el final del recorrido está lejos, hoy pienso que está más cerca». Gran hallazgo. Que contó con el asentimiento de su bancada… presa del desconcierto, como el resto del Hemiciclo, cuando su jefe prometió luego mantener enhiesto el nivel de exigencia en La Rioja «gobierne quien gobierne». Como si eso ya no fuera con él.