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Loco por incordiar

¿Dónde estoy?

LLEVO unos días hecho un lío. Aunque ustedes no se lo crean, los periodistas también tenemos nuestras ideítas. Mucha gente se piensa que debemos ser como los angelotes de Murillo, gordos, flotantes y asexuados; pero no. Y está bien reconocerlo tranquilamente, con honestidad y un poco de valor. Cuídense ustedes de quienes aseguran ser incoloros, puros y vírgenes. Pero cuídense también de quienes confunden manejar unos principios casi filósoficos con la sumisión (provechosa) a un partido: ahí pueden agrupar a muchos opinólogos oficiales de la tele, desde Enric Sopena a Alfredo Urdaci, que han descubierto lo bien que se vive cuando uno se limita, con mejor o peor maña, a reproducir consignas.
El caso es que yo siempre me he creído socialdemócrata. Ustedes verán: se me pasó la edad de las utopías y defiendo –como mal menor– esa especie de capitalismo tibio y controlado que permite el crecimiento económico, pero que intenta reducir las desigualdades. Y para eso se necesita un cierto grado de intervención estatal.
Pero ahora estoy confundido. Cojan, por ejemplo, la posible venta de Repsol a Lukoil. Sale Zapatero y dice que esto es el libre mercado y que tres hurras por Adam Smith y que si los rusos compran, allá cuidaos. Y entonces sale Rajoy y dice que algo tendrá que hacer el Estado para evitarlo. Eso sí: olvida Mariano que ellos privatizaron Repsol y lo arrojaron al mercado; y también olvida Mariano que su compañera doña Espe acaba de anunciar que privatizará el Agua de Madrid, abriendo la puerta a que los árabes saudíes, por ejemplo, manejen los grifos madrileños. Así que ya me dirán ustedes: ¿con quién demonios voy?

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