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Loco por incordiar

¿Mil euros es poco?

Hace unos meses, cuando las vacas eran gordas y pastaban en prados llenos de hierba fresca, publiqué esta columna que tuvo bastante contestación. Para mi sorpresa (lo confieso), hubo un aluvión de comentarios y muchos de ellos defendían la actitud del joven protagonista: algunos incluso convirtieron a aquel pijodepapá en una especie de Marx del siglo XXI. Ahora, que las vacas han enflaquecido de repente, quizá se pueda extraer otra lectura. Por eso la subo aquí, a ver qué pasa.

“EL otro día, en Logroño, cogí el autobús. Me senté en una butaquita de la línea 2, la que lleva desde Portillejo hasta la Gran Vía. Delante de mí se derrumbaron sobre sus asientos dos jovenzuelos: acababan de superar los 18 años, se vestían con marcas topeguays y exhibían con orgullo sus minimóviles con fotos, vídeos y una sinfonía completa de politonos. Conversaban sobre el futuro y parecían hallarse en una encrucijada vital. Ninguno había querido estudiar (ossea, a mí los libros es que me repatean) y sus padres les conminaban a buscarse un trabajo.
Y el chaval lo había encontrado. En un taller mecánico. Pero lo había rechazado con mucha dignidad. La chica, posible novia o simple amiga, escuchaba sus razones con espanto, horrorizada ante el terrible mundo que les estaba tocando vivir. Al muchacho le habían hecho una oferta de trabajo que rozaba la esclavitud: tenía que currar ocho horas diarias, ¡debía madrugar! y sólo por mil euros al mes. «Una mierda -decía-. Yo por esa porquería de sueldo no me levanto a las siete de la mañana».
Confieso que me contuve. Porque me dieron ganas de levantarme, agarrar al chaval por su niqui hiperfashion y pegarle dos hostias por gilipollas. Me acordé de algún amigo mío que, casi en la cuarentena y con dos carreras a cuestas, debe levantarse a las siete para ganar esos mil euros que le permiten vivir y que aquel imbécil despreciaba tan alegremente. Y también de algún otro que, cuando empezaba, metió todas las horas del mundo, trabajando sin contrato mientras aprendía su oficio y sólo por cien mil cochinas pesetas.
Por eso cuando se habla de los mileuristas y se mete a todos en el mismo saco, yo me rebelo. Porque no es igual ese pijo veinteañero que hace ascos a su primer sueldo que el currante que se desloma todos los días y al que la nómina no le sube de las tres cifras. Para el primero, mil euros es un sueldazo; para el segundo, una miseria.”

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