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Loco por incordiar

Menos mocos

Centro de Salud Gonzalo de Berceo. Lunes 5 de enero. 10.00 horas. Seis o siete padres con sus bebés –oportunamente acatarrados, otíticos, diarréicos o todo a la vez – esperan pacientemente en la consulta de la pediatra. Nadie sale ni entra. Nadie. Nadie dice nada. Nadie. Nadie se asoma. Nadie. Hasta que, de pronto, un espíritu inquieto pregunta a una enfermera. Y sólo así descubren que la médica –para la cual todos tenían su cita concertada, por teléfono o por internet– ya no trabaja ahí. Y no porque le haya dado una ventolera y se las haya pirado sin decir nada, sino porque había ganado otro destino.
Entonces la gente, que es muy quisquillosa y un poco puñetera, se pone en pie de guerra y algún tocapelotas hasta rellena una hoja de reclamaciones. Se quejan (ya ven qué simpleza) de que tendrían que haber puesto una suplente o anulado las citas o al menos haber dado alguna información a los padres. En lugar de estas heroicidades administrativas, una vez descubierto el pastel, la única solución propuesta es hacer una fila enorme –con los hijos a cuestas– para pedir otra cita, para otro día («hoy está todo lleno») y para otra pediatra.
Y yo, desde aquí, pido calma a esos padres, que ya se sabe cómo son de pesados. ¿Acaso piensan que el consejero de Salud va a estar a estas pequeñeces tan prosaicas y tan de andar por casa? Por favor, un poco de cabeza. Que nuestra Sanidad tiene nivel mundial: ahí está el San Pedro, que da brillo a sus suelos con cera álex, y el supercentro de megainvestigación con ratoncitos, que es el asombro de Houston y el pasmo del Barbacid. Para que vengan ustedes a tocarnos los huevos con los mocos de sus hijos.

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