VEO en este periódico las fotos de la inauguración de ‘La Rioja. Tierra Abierta’, en la catedral de Santo Domingo, y reparo en una imagen casi mágica, firmada por Justo Rodríguez: orlado por un halo de luz sobrenatural, con el gesto místico y la mirada perdida, el presidente Sanz carga con una cruz imponente, visiblemente pesada. Al fondo, sumergidos en una penumbra caravaggiana, el obispo y el presidente del Parlamento intercambian una sonrisa irónica, como apóstoles escépticos que no se acaban de creer la prodigiosa transfiguración que se está sustanciando ante sus narices.
Como ya me veo a Carlos Cuevas arrobado ante la foto, sacando miles de copias en formato estampita y pidiendo en el Parlamento la inmediata canonización del presidente, considero necesario enfriar la devoción popular y recordar que, en materia fotográfica, poca gente habrá con tanto currículum como nuestro mandamás. Podríamos, de hecho, trazar una historia de la región en los últimos doce años basándonos únicamente en sus retratos.
Tomen, si no, la celebérrima foto de Sanz dándole al botellón con los jóvenes de la UR, publicada hace ahora justo un año. Les recuerdo la imagen: el presidente sorbía, bien trajeado, un cachi de calimocho junto a varios estudiantes. Luego se abrazaban, felices y expansivos. Eran las épocas de vacas gordas, cuando todo era vino y cocacola y rosas y desenfreno. Pero ahora La Rioja supera los 20.000 parados, las fiestas universitarias se prohíben y ha llegado la hora de cargar con la cruz y de reclamar el auxilio divino para que nos saque de este lío. Se acabó el pecado, llega la penitencia. ¿Cuándo, oh Dios mío, mereceremos tu perdón?