La Unión Deportiva Logroñés disputó ayer el primer partido de su historia. Tal vez dentro de 70 años, algún curioso bucee en la hemeroteca para descubrir algunos datos que hoy sabemos de sobra, pero que alguna vez olvidaremos: ¿cómo se creó este equipo? ¿quién marco el primer gol? ¿cuál fue el primer rival?…
O tal vez no.
Sobre las espaldadas de Josip Visnjic y de sus jugadores recae una responsabilidad grandísima, una carga casi inaudita: recuperar la ilusión por el fútbol en Logroño. Esta enorme presión, aunque sea de forma silenciosa y casi oculta, planeará sobre la UD Logroñés durante toda la temporada. Asumirla, afrontarla y gestionarla con prudencia y valentía –tanto en el césped como en el palco– determinará en buena medida el éxito del proyecto de Félix Revuelta.
A la espera de ver si el CD Logroñés –moribundo ya desahuciado, pero aún vivo– saca o no equipo en Preferente, dos nuevas entidades se disputan su herencia espiritual. La Sociedad Deportiva Logroñés decidió partir desde Regional y constituirse como club de socios. La Unión Deportiva Logroñés optó por aprovechar la plaza que el Varea se ganó en Segunda B, salir en la categoría de bronce y acelerar su conversión en Sociedad Anónima Deportiva. La unión de ambos proyectos se demostró imposible y, semanas después, los dos mil aficionados riojanos más conspicuos –esos que jamás dejaron de ir al fútbol– ya han elegido: unos han preferido engrosar la filas de la Sociedad y otros se han sacado el carné de la Unión. Opciones ambas, faltaría más, legítimas y honestas.
Pero en Las Gaunas, conviene recordarlo, hubo una vez 11.000 socios. Diez mil personas, en números redondos, que se cansaron de ver a su equipo perder en el campo, caer en los abismos del fútbol más árido y protagonizar continuas escenas de vergüenza y esperpento. Esa gente decidió hace muchos años quedarse los domingos en casa viendo al Madrid o al Barça por el Plus. Y esa gente seguirá hibernando hasta que vea un proyecto serio, consistente, sin deudas y en una categoría decente.
La Segunda B aún no lo es: es una división ingrata, difícil de disfrutar, en la que abunda el fútbol metalúrgico y sudoroso y en la que, para colmo, los pronósticos no suelen servir de mucho. Pero tiene una enorme virtud: es el último peldaño hacia la Segunda A. Y, tras una década ominosa, ése sí que sería un pequeño paraíso para los aficionados riojanos: equipos con nombre, futbolistas con trayectoria, campos con algo de magia y de sabor.
A Josip Visnjic y a sus hombres, aunque tal vez hagan bien en olvidarlo cuanto antes, les ha caído encima la enorme tarea de despertar la ilusión. Porque los diez mil (o más) aficionados dormidos no se harán socios ni hoy ni mañana. Ni quizá durante toda la temporada. Ni se pasarán por Las Gaunas con sus viejas bufandas blanquirrojas para ver al Villajoyosa o al Alicante. Ni les preocupará mucho si, en la octava jornada de Liga, la Unión va sexta, décima o decimocuarta. Pero volverán a sentir el gusanillo en el cuerpo si el equipo merodea por los puestos de arriba, si hay alguna opción de subir a Segunda, si la UDL trata de jugar con cierto gusto, si no hay problemas extradeportivos y si la directiva se conduce con seriedad y discreción. Y, por supuesto, si hay suerte. Y ya es hora de tener algo de suerte.