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Loco por incordiar

Maneras de suicidarse

LOS periódicos, que somos como las madres, no solemos publicar noticias de suicidios para no dar ideas. Alguna razón hay, porque matarse a uno mismo es casi como bostezar. Así está pasando, por ejemplo, en France Telecom, empresa cuyos trabajadores le han cogido gusto a quitarse del medio: una medida irremediable y un poco tremendista, cierto, pero mucho menos trabajosa que ponerse en huelga o discutir con un jefe productivista, neoliberal y maxiborde. Y otro tanto le ocurrió al torero Juan Belmonte: cuando Hemingway se suicidó, alguien se lo comentó al matador, que remachó: «¡Bien hecho!». Poco tiempo después, Belmonte se pegaba un tiro en su cortijo.
Normalmente, el suicida es un tipo depresivo y pesimista al que las cosas le van mal. Pero en estos tiempos tan convulsos estamos asistiendo a un suicidio extraño y contracorriente: un autoasesinato inaudito, sin apenas parangón en toda la historia natural. Ya atisbó Camus que el suicidio era el único problema filosóficamente serio, pero realmente no sabía cuánto: ni siquiera podía imaginar la novísima forma de matarse que está ensayando el PP. Cuando el Gobierno está siendo devorado por la crisis, cuando a Zetapé se le acaban los conejos de la chistera, cuando el paro trepa por encima de los cuatro millones, cuando la oposición debería estar ya acariciando la posibilidad de volver a la Moncloa… al PP le da por suicidarse: La Espe contra el Alberto y su teniente Cobo, el Camps con/contra el Correa y su amiguito el Bigotes, la Cospe contra Costa… y el Mariano, a punto de morir de pereza. Fíjense si será un suicidio raro que hasta los periódicos lo estamos publicando.

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