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piogarcia

Loco por incordiar

Curas y curas

En medio de toda esta escandalera, me apetece defender un poco a la Iglesia Católica. Sé que lo pone difícil. Los cardenales bien pudieron haber elegido Papa al cardenal Martini, una eminencia en todos los sentidos, pero prefirieron entregar las llaves del Vaticano al amigo Ratzinger, que así pasó de ser un tipo soberbio, oscuro y carca a convertirse en un tipo soberbio, oscuro, carca e infalible.

Ahora reclama el perdón para los curas pederastas y recuerda aquella frase tan redonda de que quien esté libre de pecado, etcétera, etcétera. Me parecería bien si aplicara la misma caridad cristiana a las mujeres que abortan o a los jovenzuelos que utilizan condón. Y eso que, cosas mías, casi veo peor arruinarle la vida entera a un muchachito que destrozar la prometedora unión de varias células.

Pero decía que iba a defender a la Iglesia. Aunque sólo sea para explicarme a mí mismo porque sigo poniendo la equis en la casilla de la Renta. Lo hago porque estoy agradecido a los padres escolapios, que me inculcaron buenas letras e incluso cierta piedad; lo hago porque he conocido a muchos misioneros que entregan su vida en sitios inhóspitos y salvajes; lo hago porque me he topado con bastantes curas humildes y trabajadores, que hacen lo que pueden por ayudar a los demás; lo hago, en fin, porque, aunque soy agnóstico, el mensaje de aquel carpintero que vivió hace dos mil años en Galilea me parece hermoso, irreprochable y defendible desde la primera palabra hasta la última, cosa que no puedo decir del Antiguo Testamento o del Corán. Y sólo rezo para que Benedicto, Rouco y toda esa tropa dejen de ocultar lo esencial del mensaje cristiano por defender lo accesorio.

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