Llegas tarde, Evo
A los diecinueve años, yo era un muchacho espigado, flaco como una espada, que lucía una melenita imponente: el pelo, lacio y castaño, aterrizaba en mi espalda sin formar un solo caracolillo. Probablemente, me sentaba bastante mal (es el problema que tenemos los feos, que todo nos sienta regular), pero a mí me gustaba notar […]