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Loco por incordiar

Justicia (con perdón)

Suelen los políticos de todo signo poner cara de próceres respetables y exclamar, engolando un poco la voz: hay que respetar a la Justicia. Lo pronuncian así, con pompa y reverencia, aunque luego, por lo bajini, sueltan alguna carcajada. Les pondré tres ejemplos variados:

1. Rajoy. Dice que Camps será candidato del PP en Valencia «diga lo que diga la Justicia». O sea, que ya puede venir el Supremo e imputarle por corrupción, que él seguirá paseando su sonrisilla de cura y sus bien cortados trajes por el Palacio de la Generalitat. Cosa que, por cierto, ya no pueden hacer otros amiguitos suyos del alma, forzados a dimitir por idéntica razón.

2. Los garzonitas. Ahora bien, muchas de las personas que se han escandalizado (justamente) por las palabras de Rajoy, habían montado dos días antes un circo en la Complutentse para llamar franquistas, resentidos y taimados a los jueces del Supremo que pueden sentar en el banquillo a Garzón. A mí no me gustaría que emplumaran a don Baltasar, pero tampoco me cuadra mucho eso de respetar sólo a los jueces que nos caen simpáticos o que nos dan la razón o que son de nuestra cuerda.

3. La peña del azadón. Aquí en La Rioja tenemos una insólita peculiaridad jurídica: resulta que, según nos ha enseñado el ‘caso Vallejo’, las sentencias del Supremo sólo son firmes cuando se enteran los periodistas y las publican en portada. Hasta entonces, todo es alegría y venta de vino al por mayor. En fin: al llegar aquí creo que debo callarme, respirar hondo y mirar mejor al cruzar la calle. No vaya a ser que venga el tipo del azadón y, acariciando su filo casi con lujuria, me suelte: usted no sabe con quién está hablando.

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