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Loco por incordiar

Carta de despido

Quizá piense usted que los políticos, tan serios y trajeados, son gente llena de majestad, a quienes sólo debemos acatamiento y reverencia. Y no. Creo mi deber recordarles que son simples asalariados nuestros: meros curritos a los que les hemos dado un buen trabajo, les pagamos un sueldo generoso y, para colmo, les dejamos una libertad casi absoluta. No quiero generalizar, pero sé que en la empresa privada pocos se comerían un colín. Muchos dicen ser abogados, pero no han defendido un caso en su vida y otros se las dan de economistas, aunque jamás han cuadrado un balance.

Pero son los que hay. Y reflejan la sociedad (la española y la riojana) como espejos crueles y fidedignos. Lo que ya no tolero es que nos tomen el pelo. Resulta que algunos diputados regionales se han colocado empastes, se han limpiado los colmillos y se han puesto gafas a mi costa. Ni siquiera entro en si eso debe ser así o no, allá cada cual con sus reflexiones; pero sí exijo conocer quién ha hecho uso de esos fondos y para qué. Si quieren confidencialidad, gástense su dinero. Si cogen el mío, comprendan que tengo derecho a saberlo.

De la misma manera, reclamo la inmediata destitución de todos los asesores que pululan por el Palacete y por el Ayuntamiento de Logroño. Para gobernar ya están el presidente, el alcalde, los consejeros, los concejales y una variopinta fauna de directores generales. Si, además, necesitan asesores es que o son muy incompetentes o quieren premiar la fidelidad perruna de algún amiguito del alma. Con la que está cayendo, no estoy dispuesto a ese despilfarro. Así que les ruego que acepten esta columnita como carta de despido.

Atentamente, su patrón.

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