No sé quién es la duquesa de Alba. No se me revolucionen: conozco a doña Cayetana, a casi todos sus hijos e incluso al funcionario que ahora le canta coplillas de amor. Conozco los peinados selváticos de esta buena señora, los viajes que se pega y su entera biografía. Me sé, incluso, sus leyendas: que si tiene más títulos que el Rey, que si la Reina de Inglaterra debe cederle el paso, que si tiene tal palacio en Sevilla, tal otro en Madrid… Pues bien, aun así, algo muy gordo se me debe escapar.
El otro día apareció por Ezcaray, bailó un pasodoble en la plaza y salió en portada de este periódico. Vale. Pero, cuando leo la crónica, no salgo de mi asombro. Resulta que, además del alcalde de la villa, le presentaron sus respetos el presidente del Tribunal Superior de Justicia de La Rioja, el fiscal jefe de la Audiencia, el secretario general del PSOE de La Rioja, el director general de Cultura y dos comandantes con mando en plaza, dos.
Por un momento, pensé que estaba hojeando un periódico de los años 50, cuando los mil jefecillos de aquel Movimiento tan estático se postraban con reverencia ante cuanta duquesa, condesa o hidalga de medio pelo aparecía por la provincia. Sin embargo, luego reaccioné, comprobé la fecha y vi que la visita de doña Cayetana fue el pasado jueves.
¿Qué pintaba allí toda esa gente? No lo sé, pero siendo todos los mencionados personas inteligentes y con cargos gordos, supongo que algo se me escapa. Y como yo no fui a Ezcaray y temo haber incurrido en gravísimo desacato e imperdonable desprecio, desde aquí le pido, señora duquesa, que me considere su más humilde, rendido y seguro servidor. A los pies de usía.