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Loco por incordiar

Visa, discreción

Señora ministra de Igualdad, señor Zapatero, señores del Opus, señores de los diarios ‘Público’ y ‘La Razón’, amigos todos: la prostitución existe. Y, a falta de estudios sociológicos, me veo en la obligación de informarles de que seguirá existiendo aunque quitemos los anuncios de los periódicos y giremos la vista para otro lado (a este paso, ya no vamos a saber dónde mirar y cogeremos tortícolis crónica y otras dolencias cervicales).

No les oculto que los periódicos no puritanos pecamos de hipocresía: cuidamos nuestro lenguaje hasta la cursilería, evitamos los tacos y medimos los desnudos y luego, sin embargo, admitimos anuncios donde un fulano dice alegremente que le mide 25 centímetros y otra asegura que no sólo es supercachonda, sino que posee un diabólico don de lenguas. Y a veces hasta lo ilustra con una foto con las pechugas saltando fuera del sostén. Todo por dinero, claro.

Vale. Cierto. Pero pensar que quitar los anuncios de prostitución servirá para luchar contra la explotación sexual me resulta de una ingenuidad enternecedora. Los burdeles sobreviven y hasta proliferan porque clientes no faltan. Intuyo que si de verdad se quiere acabar con el proxenetismo, el Gobierno tiene en su mano un mecanismo mucho mejor y más profundo: legalizar la prostitución. Que las putas y los putos tengan su cartilla de la seguridad social, que paguen impuestos, que gocen de jubilación y que curren a la luz pública, por cuenta ajena o en plan autónomo. Y a quien prefiera seguir refugiándose en la penumbra de lo prohibido, multazo y cárcel. El mejor combustible para la explotación sexual no son los anuncios deslenguados, sino la oscuridad del mercado negro.

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