En esta crisis tan tremebunda que estamos viviendo, nadie hace lo que debe. Bueno, casi nadie: al menos los especuladores sí saben a lo que juegan y se divierten poniendo en jaque países enteros, sin compromisos morales ni cuitas de conciencia ni esas zarandajas éticas que tanto incordian a Nuestro Santo Padre el Mercado.

Mientras tanto, aquí, en la irreductible aldea española, los sindicatos sacan sus banderas rojas y su retórica decimonónica, hacen una huelga que nadie pide y montan piquetes ultrademocráticos del tipo cierra-el-ciringuito-por-tu-bien; el Gobierno dice una cosa, hace lo que manda Obama y sigue tan campante mientras el paro crece y crece; el Pepé se tumba a la bartola y espera a cosechar mayorías sin esfuerzo y sin proponer nada, no vaya a ser que se le vea el cartón; y encima los periodistas van de tertulia en tertulia cobrando un pastón por decir chorradas mientras ponen cara de sabios y se dedican a hacer de palanganeros del PSOE o del PP, sin una miserable pizca de análisis crítico ni de criterio propio…

¿Y los empresarios? ¡Ah, los empresarios! Mantienen en su cúspide a un tipo infatigable, que no sólo saca tiempo para hundir una a una todas sus empresas, sino que además alardea de poseer la receta para que España recupere su pulso y empiece a crear empleos a lo bestia. Me gustaría que el presidente de la FER, Julián Domenech, uno de los vocales de la Ejecutiva de Gerardo Díaz Ferrán, explicara de una vez por todas por qué los cientos de empresarios riojanos honestos, trabajadores y dignos han tenido que soportar que les representara un señor al que no admitirían ni como presidente de su escalera.