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Loco por incordiar

Maldita ley electoral

Anda la gente muy revuelta con nuestra ley electoral. Confieso que los resultados en Logroño me han producido cierta perplejidad: no es bueno que el 20% de los votantes se haya quedado sin un miserable concejal que los represente en el Ayuntamiento. Pero hay que reconocer que se han dado unas circunstancias especiales: tampoco es normal que hasta cuatro grupos políticos (UPyD, IU, PR y Cñ) se hayan quedado tan a las puertas del cinco por ciento. Sin embargo, considero que algunas críticas son un poco ventajistas e incluso utópicas.

Conviene subrayar que no hay un sistema electoral perfecto. La democracia asamblearia es impracticable para pueblos con más de cien habitantes y el método que los griegos consideraban –con razón– el más democrático de todos (el sorteo) no parece gozar por aquí de muchas simpatías: ahí es nada que a uno le toque, de repente, ser concejal de Urbanismo por un año.

Así que, desde el momento en que preferimos dotarnos de un sistema representativo, algo empieza a fallar. En Gran Bretaña, por ejemplo, cada distrito elige directamente a sus diputados, pero eso se traduce en una fortísima desproporción, para martirio continuo de los liberales. En Italia, sin embargo, la obsesión por la proporcionalidad (entre otras cosas) determinó un país ingobernable, tan lleno de partidos, partiditos, coaliciones y coalicioncitas que hasta Berlusconi fue recibido con alivio.

Quizá la frontera del 5% para entrar en los ayuntamientos sea excesiva; pero tampoco veo prudente anular de un plumazo toda barrera. Y si asumimos las listas abiertas o la elección directa del alcalde, el cuento de la proporcionalidad ya no nos vale. Ahí entramos en otra historia, con algunas ventajas y (me temo) nuevos inconvenientes.

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