Les voy a contar una historia personal, un pequeño apunte biográfico. Yo tengo un hijo que acaba de dejar la guardería. Durante dos años no he podido disfrutar de las famosas chiquibecas porque mi nivel de renta superaba el estrecho tope previsto por el Ayuntamiento. Y me parecía bien. Era justo.

Entiéndanme: como a todo hijo de vecino, me habría venido de perlas si me hubieran dado unos eurillos, pero comprendo que las administraciones no son pozos inagotables. Hay poco dinero, muchas necesidades y debemos mirar bien en qué nos gastamos los cuartos. Yo puedo pagarme una guardería, pero otra gente no. Y a esos (y solo a esos) debemos ayudar.

Por eso no salgo de mi asombro al ver cómo ahora un Ayuntamiento supuestamente austero elimina los topes de renta para conceder las chiquibecas. La medida supone un despilfarro inaudito y atenta contra el concepto mismo de justicia distributiva. Doña Cuca y sus corifeos lo venden como un avance social, pero en realidad supone un retroceso sangrante e inadmisible.

Me duele que cien euros de nuestras exangües arcas públicas vayan a engrosar la cuenta corriente de alguien con ingresos holgados. Con la que está cayendo, me indigna profundamente que esos cien euros (¡de todos!) acaben invertidos en un vermú con calamares o en una blusita de marca (monísima) para la nena.

Postdata: los del PSOE tienen razón en denunciar todo esto. Pero lo mismo (exactamente lo mismo) hizo Zapatero cuando se sacó de nuestra manga el infausto cheque-bebé o los absurdos 400 euros y ninguno de ellos tuvo entonces el valor y la honestidad de reprochárselo.