Rubalcaba es un tipo listo. Quizá demasiado. Ahora acaba de resucitar el impuesto de patrimonio para presentarse ante el electorado como un Robin Hood calvo y parlanchín: él es el defensor de los pobres, solo él se atreve a doblegar a los ricos, nadie más que él puede derrotar a los malvados especuladores. Alfredo Pe Punto es el ariete de los humildes, el paladín de los menesterosos, el caballero andante del Estado del Bienestar.
Rubalcaba es más listo que Zapatero y por eso a veces cuesta pillarle los trucos, pero ahora parece haberse aficionado a la brocha gorda. Este impuestín que se han sacado de la manga le viene bien para ensayar un discurso tipo 15-M, pero solo servirá para recoger unas perrillas: poco más de mil millones de euros. Como si pasara el cepillo en una iglesia. Una cifra raquítica, pobre, tan escuchimizada que apenas dará para retales. El buque se nos hunde, el agua entra por agujeros gigantescos y este hombre nos promete una caja de tiritas.
Ojo: a mí lo del impuesto de patrimonio no me parece mal, pero me resulta irrelevante. Como casi todo hijo de vecino estoy deseando que haya una verdadera reforma fiscal, que se acabe con el escándalo de las Sicavs y que se persigan los mil trucos que los ricos (los ricos de verdad) utilizan para escapar de sus deberes con Hacienda. Para esta tarea no confío en Rajoy, que parece empeñado en realizar una campaña contemplativa, de siesta en siesta hasta acostarse por fin en la cama de La Moncloa. Aunque tampoco Rubalcaba parece dispuesto a meter el cuchillo de verdad. Prefiere disparar tiritos de mentira, con balas fogueo, con esos fuegos artificiales que hacen mucho ruido pero no queman.