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Loco por incordiar

Los impunes

Cuando echaba mis primeros dientes en la redacción, me tocó cubrir bastantes juicios. Confieso que no me gustaba demasiado. La información de tribunales puede resultar apasionante, pero me temblaba el ánimo al ver cómo muchos desgraciados sin suerte desfilaban por la Audiencia. Había algunos piezas de cuidado, cierto, pero por otros solo cabía sentir lástima: gente miserable a la que le caían dos o tres años de cárcel por robar veinte duros a punta de navaja o a la que encerraban sin contemplaciones por vender una papelina de droga. Una vez condenaron a una madre por pasarle unos gramos de cocaína a su hijo, que estaba entre rejas. Puedo imaginarme el sufrimiento inaudito de esa madre, su desesperación extrema, su ruina.

 

La justicia hizo su trabajo. Los jueces aplicaron el Código Penal. No tengo nada que decir. Pero me duele profundamente que otras personas anden por ahí tan campantes, aunque hayan ocasionado mucho más dolor, sufrimiento y zozobra que aquel pobre diablo que un día robó cien pesetas con su navaja.

 

Me refiero, por ejemplo, a los muchachos de la banca JP Morgan que inventaron los productos financieros que han acabado llevándonos a la quiebra. Lo hicieron todo legalmente. Mejor aún, encontraron un limbo jurídico por el que cabalgaron a sus anchas. O no supieron valorar el riesgo o no les importó. Pero ahí siguen. Todavía. Cada vez más ricos y más poderosos. Y me da mucha rabia pensar en aquella madre que acabó en la cárcel por pasar cocaína a su hijo mientras estos otros viven en un mundo de hotelazos, comilonas, joyas y lujos. ¿Les alcanzará el dinero para anestesiar su conciencia?

 

Me temo que sí.
(La tipa de la foto es Blythe Masters, una de las banqueras de la JP Morgan a las que me refiero. Aquí está en plan Pulp Fiction)

 

Una de las chicas JP Morgan, Blythe Masters, en plan Pulp Fiction, por Julius Ashfield

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