Señores candidatos: obsérvenme atentamente. Quédense con mi careto. Si estos días me ven por la calle, no se corten: regálenme bolígrafos, globos, libretitas, pulseras, llaveros, mecheros. Háganme reverencias, ríanme los chistes, denme palmadas de camaradería, besen a mi hijo, acarícienle el flequillo, pónganse a los pies de mi mujer, invítenme a un café (cortado).
Soy un indeciso.
Más aún: soy un indeciso que va a votar. La abstención me parece una bala de fogueo, un grito que se malinterpreta, un infeliz gatillazo, un buffff triste y predemocrático. Yo voto. Pero aún no sé a quién.
Confieso sentir cierta solidaridad alopécica por Rubalcaba, pero también aprecio el estilo pasota, entre perezoso y budista, de Rajoy: donde esté un buen bostezo que se quiten tres decisiones apresuradas. A cambio, los del PP me dicen que vote, pero se callan lo que van a hacer luego (y me temo lo peor). Los del PSOE sí que lo dicen, pero ya no me lo creo: es el problema de tener memoria.