Estos días, por un extraño azar del destino, han coincidido las muertes de Vaclav Havel, expresidente checo, y de Kim Jong-Il, sátrapa norcoreano en ejercicio.
Havel, dramaturgo limpio y punzante, se convirtió en un referente moral de primera magnitud: un tipo que luchó contra el totalitarismo comunista y que acabó dirigiendo los destinos de su país. Fue un verdadero político (en el sentido griego de la palabra), un hombre de sólidos principios morales, un estadista culto y amable. Tras su muerte, veo imágenes de la televisión checa: no hay gritos ni lágrimas ni barullo. Solo gente serena e íntimamente agradecida que deposita flores o enciende velas junto a las viejas fotos de don Vaclav.
Kim Jong Il era un tiparraco casi de ficción. Según su biografía oficial (¡oficial!), a los veinte días de vida aprendió a hablar y a las ocho semanas ya sabía hablar con corrección. Durante los tres años que estuvo en la Universidad de su país, no solo le dio tiempo a aprobar todas las asignaturas con nota, sino que escribió 1.500 libros y compuso seis óperas, que, además, se cuentan “entre las más brillantes de la historia de la música”. Luego siguió escribiendo libros (a razón de uno o dos por día), mientras sus secretarias le cuidaban el cardado y él veía películas de Hollywood. Le gustaba tanto el cine que llegó a secuestrar al mejor director de Corea del Sur para que dirigiera películas tipo Godzilla, pero que cantaran convenientemente las glorias del comunismo y de la dinastía Kim. Mientras se gastaba el 40% del presupuesto de su país en armas, su pueblo agonizaba, víctima de terribles y periódicas hambrunas. Solo en la de los años 90 murieron de hambre más de dos millones de coreanos. Tras su muerte por fatiga (!), mientras el gordinflón de su hijo pequeño (y presunto sucesor) pasa revista a las tropas, veo imágenes de la televisión norcoreana: hay gritos desaforados y aspavientos barrocos, llantos ruidosos, lamentos estentóreos.
Por eso solo me gustan las lágrimas privadas, que corren en silencio, acaban en un suspiro apocado y humedecen levemente las mejillas. Las otras suelen ser torcidas, mentirosas y manipulables.