Veo al Gobierno atacado de urgencias, compulsivo, frenético, derrapante, vertiginoso. Parece como si quisieran dar la impresión de hacerlo todo a mil por hora, sin ocupar aún sus despachos, sin pararse siquiera un minuto a pensar: sale un ministro y suelta veintiochomil reformas de golpe; luego aparece otro y se descuelga con un larguísimo rosario de medidas, medidadazas y mediditas; más tarde se presenta un tercero y lee de carrerilla cuarenta y dos folios llenos de futuros y decisivos decretos… Es como si Rajoy, después de ocho años de pacíficas siestas, se hubiera despertado hiperactivo, arrollador, casi tumultuoso.
Uno entiende que había cosas urgentes, seguramente inaplazables, relacionadas con la economía. Incluso me parece bien (y me sorprende) que Rajoy haya subido el IRPF en lugar de incrementar el IVA, un impuesto mucho más injusto, que grava lo mismo al señor Botín que al menesteroso que duerme en un cajero y se tapa con cartones. Pero luego han salido todos los ministros y se han puesto a diseñar una sociedad nueva, como si quisieran borrar de un golpe ocho años de socialzapaterismo.
A mí, por lo general, me mosquean los tipos adánicos, mesiánicos y fundacionales, que aparecen en el mundo como traídos por un vendaval. ZP era un poco así. Y ahora resulta que estos nuevos también. Aunque yo veo en esta estrategia del Gobierno un guiño a sus electores más radicales (los intereconómicos) para hacerse perdonar ese pecadillo socialdemócrata de subir el IRPF. De ahí, por ejemplo, la memez de quitar la Eduación para la Ciudadanía para poner otra cosa que sea parecida, pero que se llame distinto.
Como si ahora eso nos importase algo.