Confieso que me he quedado patidifuso al oír las declaraciones de mi presidente sobre la educación de los niños en parejas homosexuales. Dice don Sanz que no reciben “exactamente” la misma educación. A mí me ha dejado preocupado: ¿acaso salen los niños verdes, con orejas de trompetilla y nariz de pimiento? ¿tal vez pueden llegar a pensar (oh Dios mío) que sus padres son gente normal, con sus cosas buenas y sus cosas malas? ¿quizá salgan todos torcidos, invertidos, vueltos del revés? Confío en que doña Adelfa Gómez, lesbiana, alcadesa de Alcanadre y del PP, pueda aclararle estos preocupantes extremos. Por otro lado, debo recordarle al presidente que nadie recibe “exactamente” la misma educación: ni siquiera los hermanos. Siguiendo con su esquinado razonamiento, tampoco el hijo de la señora Cospedal (madre soltera) recibirá “exactamente” la misma educación que la que yo, padre casado por la Iglesia Católica Apostólica y Romana, puedo ofrecerle a mi hijo.
Pero lo que realmente me mosquea es que asegure que “no tienen las mismas oportunidades”.
¿Por qué? Quizá debiera esto hacernos reflexionar. Todos ‘deberíamos’ tener las mismas oportunidades. Si no, algo gordo falla en nuestro sistema. El problema no será de los homosexuales, sino de nuestra democracia. Me gustaría que, antes de hacer esas declaraciones, don Pedro hubiera visitado algún orfanato: que hubiera ido a ver cómo se almacenan los niños chinos en condiciones insalubres, cómo agonizan en los barracones rusos, cómo mueren de hambre en los asilos de Etiopía. A ellos les debería explicar que, a su juicio, quedándose ahí gozan de ‘mayores oportunidades’ que si hubieran sido adoptados por una pareja homosexual.