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piogarcia

Loco por incordiar

¿Ilus@s o tont@s?

No sé si ustedes están al tanto de la última polémica lingüística que vivimos en nuestro país. Como apenas tenemos problemas encima, hemos decidido meternos en un nuevo fregado: el uso políticamente correcto del lenguaje. La polvareda la ha levantado un informe del académico Ignacio Bosque, en el que criticaba la violencia lingüística que muchas instituciones patrocinan para evitar la supuesta discriminación de la mujer. Entienden estos adalides del igualitarismo que si yo escribo, por ejemplo, ‘ciudadanos’ estoy marginando a las ciudadanas mujeres. Ignoran quienes esto sostienen que, en castellano, ese plural engloba a hombres y mujeres, del mismo modo que el sustantivo femenino ‘persona’ engloba a mujeres y hombres.

Los políticos, que además de ser generalmente incultos tienen mucho miedito, se han lanzado con gusto por esta estúpida pendiente y por eso oímos ahora en sus discursos frasecillas del tipo ‘los ciudadanos y las ciudadanas’ o ‘los trabajadores y las trabajadoras’. Expresiones así van en contra del uso económico del lenguaje y convierten cualquier redacción en un lodazal. Como el asunto es viejo, pero no escarmentamos, recomiendo a todo el mundo la lectura de este fantástico artículo del escritor Quim Monzó, publicado hace unos años en La Vanguardia: ‘La gallina turuleca’.

Volvamos al meollo. Si todo esto sirviera para que las mujeres ocuparan en la sociedad el puesto que merecen, lo daría por bien empleado. Pero retorcer el lenguaje no ayuda a que las mujeres trabajadoras cobren igual que los hombres trabajadores y tampoco me parece que las ‘personas sordas’ vayan a ser tratadas mejor que si les llamamos simplemente ‘sordos’. Es más, al apostillar que los sordos son efectivamente personas damos a entender que quizá no lo hayan sido siempre o que tal vez no todos lo sean. A nadie se le ocurre decir ‘personas peritos agrónomos’ porque todos sabemos, aunque no lo puntualicemos obsesivamente, que los peritos agrónomos son tan personas como usted o como yo. Antes al contrario, retorcer el lenguaje se está convirtiendo en una coartada cómoda para evitar ser tildados de machistas sin tener que tomar ninguna medida real en favor de las mujeres, de los pobres o de los minusválidos.

El idioma cambia. Es un organismo vivo que se construye con las aportaciones de 400 millones de personas y que va traduciendo (es cierto) las inquietudes de las sociedades. Pero pretender que cambiando manu militari el lenguaje vamos a mejorar nuestro mundo es una fantasía ingenua. Si algo no funciona, podemos cambiar las leyes e incluso las costumbres y el idioma, poco a poco, a medida que la lluvia cale en todos los hablantes, lo irá registrando.  En el diario El País recogen hoy varias reacciones a favor y en contra. Recomiendo encarecidamente la lectura de la opinión de la persona escritora Elvira Lindo: “Todo el mundo en España entiende que nuestra lengua diferencia entre sexo y género, por tanto, hay sustantivos de apariencia masculina en los que sabemos que están incluidas también las mujeres. Forzar otra manera en el habla es ni más ni menos una imposición política, que nada tiene que ver con las reglas filológicas ni con el uso natural del habla”. Amén.

(La imagen que ilustra esta entrada es un dibujo de Mingote, académico de la RAE, publicado en el diario ABC)

 

 

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