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Loco por incordiar

¿Quién mató a Caja Rioja?

Leo que Caja Rioja ha muerto, pero todavía no comprendo por qué. Según todos los obituarios publicados, era una entidad saneada, ejemplar, magníficamente gestionada, con unos balances perfectos y unas cuentas que hubieran merecido las reverencias del señor J.P. Morgan. Y, sin embargo, ya ven ustedes qué desgracia, se nos ha muerto.

Su tragedia me ha recordado a una esquelita que, hace ya mucho tiempo, leí en este periódico: «Fulanita de Tal –rezaba– murió ayer a los 102 años. Gozaba de una excelente salud». Yo no soy médico, pero este tipo de fallecimientos inexplicables me dejan siempre un poco boquiabierto. Supongo que doña Fulanita de Tal algún achaque tendría. Y supongo que Caja Rioja tampoco sería el brillante espejo de bancos que hoy nos venden, aunque sea cierto que sus cuentecitas, camufladas en el océano de pérdidas de Caja Madrid, ya no pesaban nada.

Sin embargo, hubiera agradecido de sus responsables alguna cifra. ¿A cuánto asciende el pufo del ladrillo en Caja Rioja? Creo que, al menos, nos merecemos cierta transparencia: tanto si solo es un miserable pisito que se les ha quedado colgando como si son millones de euros comprometidos en promociones fallidas, deberíamos conocer los números exactos. Llámenme suspicaz, pero un silencio tan estruendoso me hace sospechar.

Y aún más: si tan sanota estaba Caja Rioja, ¿por qué demonios se unió a dos espantajos como Caja Madrid y Bancaja? ¿Acaso por afinidad política? ¿No había otros galanes por ahí? ¿Quién pensó que siete tullidos podrían convertirse en una persona robusta?

Ente tanto, quedo a la espera de que algún médico (o economista) me desvele si, como parece, las personas (o las cajas) pueden morirse de puro sanas.

(En la fotografía, de mi compañero Miguel Herreros, el anterior director general de la Caja, Jorge Albájar, y el entonces presidente del Consejo de Administración, Fernando Beltrán, explican los pormenores de la fusion fría con Caja Madrid. Ay, aquellos polvos…)