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Loco por incordiar

Me da miedo septiembre

Me da miedo septiembre. Lo veo aparecer de repente en mi calendario, taimado y sibilino, como un asesino cruel y paciente que, agazapado, espera su momento. Aquí llega por fin, con sus numeritos negros y su panoplia de santos severos y campanudos: San Gregorio Magno, Santa Rosalía, San Zacarías, San Proto, San Juan Crisóstomo, San Wenceslao.

Me da miedo septiembre. Los padres forran los libros de los niños, compran los cuadernos y  las mochilas, afilan los lápices, recuperan los uniformes y ordenan los abrigos. Regresan esas madrugadas frías y oscuras, nostálgicas y otoñales, que surgen entre neblinas para indicarnos que el mundo ha cambiado, que el sol se va alejando de nosotros, que el paréntesis estival se cierra, que la vida recupera sus pequeños afanes cotidianos, que el reloj preside de nuevo nuestras vidas, que los coches han ocupado otra vez las calles de la ciudad, que ya no hay aparcamientos, que vuelven los gritos, las carreras, las prisas, los empujones, las ojeras, el sueño, los despertadores.

Me da miedo septiembre. Porque sé que en agosto hemos vivido en un limbo irreal, como si todos fuéramos querubines y flotáramos jovialmente sobre nuestros problemas, y ahora, de golpe, nos hubiéramos caído de bruces a la tierra para reemprender una ciega e inexorable carrera hacia el abismo. Antes de que vuelvan las oscuras golondrinas, si es que tienen ganas de volver, regresarán los recortes sanitarios, la prima de riesgo, las subidas de impuestos, el desempleo galopante, la recesión, Rajoy, Merkel y sus mariachis y este mundo feo y hostil que nos estamos empeñando en construir.

(*) Foto de Juanjo Martín para la Agencia Efe. Me veo en el lugar de la niña.