Al leer este título, tal vez crean ustedes que el autor de esta columnita es un monstruo que maltrata con saña a su hijo o quizá un politoxicómano que ya ha sumergido a su chiquillo en los pavorosos abismos del alcohol, el juego y las drogas. Pues se equivocan: ¡soy todavía peor!
Resulta que el jueves se me ocurrió no llevar a mi hijo a clase. Y eso, según se desprende de las palabras del ministro Wert, amplificadas con entusiasmo delirante por el diario ‘La Razón’ y otros corifeos, no solo me alista ipso facto en las filas de la extrema izquierda, sino que además me inhabilita como padre. De repente, qué cosas, me veo transformado en una inmoral célula bolchevique que trata de inocular peligrosos virus ideológicos en cerebritos maleables.
Antes de que vengan los de Servicios Sociales y me quiten la custodia, debo explicarme. Soy poco amigo de huelgas y de eslóganes y me espantan las supuestas unanimidades. De hecho, ni me caen bien los del Sindicato de Estudiantes ni comulgo con todas las quejas de la Ceapa. A mí me parece lógico, por ejemplo, que si los chavales se tocan los huevos suspendan y repitan curso y también creo muy urgente reforzar la autoridad del maestro en el aula. Incluso defiendo la resurrección triunfal del latín en los planes de estudio: ¡fíjense si soy rancio!
Pero sobre todo eso podemos (y debemos) alcanzar un acuerdo. Sin embargo, me horrorizan los recortes en profesorado, en becas, en ratios, en material escolar, en toda la educación pública. Ese camino, como advierte la Unesco, solo nos acerca al abismo. Siento que es el momento de trazar una raya y de decir bien alto: hasta aquí hemos llegado.
Ya ve, míster Wert, usted me está convirtiendo en un mal padre.
(En la fotografía, captada por mi compañero Juan Marín, se ve la multitudinaria manifestación del jueves en favor de la escuela pública)