Me parece bien que haya gente que solo se sienta catalana. Me parece bien que haya gente que desee la independencia y luche por ella (con medios pacíficos y con respeto por las leyes, eso sí). Incluso veo bien arbitrar una fórmula para que los catalanes (o los vascos o los de Sigüenza) se pronuncien y que, con una pregunta clara y sin trampas, digan de una vez por todas si quieren convertirse en un Estado independiente o no. Pero lo que no tolero es que me cuenten historietas.
‘El País’ publicó hace una semana una entrevista con Lluis Llach, excantautor, responsable de algunos hermosos himnos de la Transición y reconvertido ahora en “bodeguero abstemio” (sic). Don Lluis es independentista y está (¡faltaría más!) en su derecho. Si el hombre solo hablara de sentimientos, de dinero y de los temblores íntimos que le invaden cada vez que escucha ‘Els Segadors’, no me atrevería a responderle. Pero resulta que don Lluis contesta así a una pregunta del entrevistador, Jesús Ruiz Matilla: “Es que mamá (o sea, España) empezó por invadirnos, clausurar nuestro Parlamento y ponernos un rey que no queríamos, y decretar la desaparición de nuestra lengua y nuestras leyes”.
Cualquiera que lea este fragmento pensará que hubo un momento, no hace muchos años, en que los malvados ejércitos españoles arrasaron con Cataluña, hasta entonces orgullosamente independiente, sometieron a la nación, erradicaron el catalán y colocaron el insultante pendón del rey Juan Carlos en la montaña de Montjuic. Y resulta que no: con estas palabritas, se refiere don Lluis a la Guerra de Sucesión española, librada entre los años 1701 y 1713, en la que dos candidatos extranjeros (el príncipe francés Felipe de Borbón y el archiduque austríaco Carlos, alentado por Inglaterra y Holanda) lucharon para sentarse en el trono que había dejado vacante el malhadado Carlos II, muerto sin dejar descendencia.
Buena parte de la antigua corona de Aragón apoyó a Carlos, que se había comprometido a defender sus fueros y particularidades, mientras que los demás territorios peninsulares prefirieron a Felipe, en última instancia beneficiario del testamento y legítimo sucesor. Por resumir y por si alguien se confunde al leer a Lluis Llach: los catalanes (y los valencianos y los aragoneses) no querían un rey ni un estado propio, sino que su candidato se convirtiese en monarca español.
En aquella guerra, como en todas las guerras, hubo batallas atroces, muertos y heridos. Las potencias europeas metieron baza de lo lindo, pero las tropas leales a Felipe V fueron tomando Zaragoza, Alicante, Lleida y, finalmente y tras un largo y espeluznante asedio, Barcelona. Como castigo por apoyar a su rival, Felipe proclamó los Decretos de Nueva Planta, por los que anulaba los fueros catalanes (y valencianos y aragoneses y etc y etc) e imponía el castellano como lengua de la administración, aunque respetaba, eso sí, buena parte de su derecho civil y penal. En realidad no solo lo hizo por putear, sino también porque entendía que las excesivas particularidades locales y los varios idiomas y dialectos dificultaban la gobernación racional del país.
Así fue más o menos la historia. Una de tantas. Pero circulan por ahí versiones interesadas como que en aquella fecha España acabó con el estado catalán. Falso: puede que lo sea en un futuro, pero Cataluña jamás ha tenido un estado. Había, como era habitual en aquellas épocas, algunas instituciones propias con funciones reducidas, como la venerable Generalitat, que se ocupaba de cuestiones fundamentalmente tributarias. La Guerra de Sucesión, como luego la Guerra Civil, no pueden leerse en términos de Cataluña contra España. Y la indudable herida que entonces se abrió pareció cerrar pronto: cien años después de los Decretos de Nueva Planta, por ejemplo, cuando las tropas de Napoleón invadieron la península, los catalanes lucharon con ardor para que España (con Cataluña dentro) siguiera siendo independiente y gobernada por un rey borbónico (Fernando VII). En cualquier caso, resulta curioso que estos agravios de cuando reinaba Carolo resurjan ahora, justo cuando el idioma catalán está más vivo y reconocido que nunca y cuando Cataluña disfruta de las mayores cotas de autogobierno que jamás soñó. Da la impresión de que los independentistas manipulan la historia para utilizarla como avecrem: como el caldo de la secesión les queda demasiado suelto apelando solo a los sentimientos y al dinero, necesitan espesarlo con unas gotitas de sangre y humillaciones históricas.
En resumen, don Lluis: sea independentisa porque lo siente así, porque está harto de España o simplemente porque le da la gana. Pero no nos cuente batallitas. Y beba un poco de vino, hombre.
(*) Foto de Kai Försterling, para la Agencia EFE