Anoche soñé que venía a rescatarnos el caballero don Obama, reluciente, negro y facundo, con la armadura del Capitán América y el zurrón lleno de estampitas de San Keynes.
Ya estaba levantando su lanza cuando llegaron cabalgando Mitt Romney y sus 78 esposas para recordarnos que los pobres nos merecemos lo que nos pasa, por tontos y por vagos, y que deberíamos mandar a hacer puñetas la sanidad pública y en su lugar rezar al Santo Cristo de los Últimos Siete Días.
Rajoy lo escuchaba y afilaba las tijeras, con gesto triste e irónico, como si no hubiera otro remedio, y Pedro Sanz, que lo ayudaba, solo acertaba a repetir «estamos mejor que la media/ estamos mejor que la media/estamos mejor que la media». Por una esquinita asomaba Artur Mas, gritando consignas patrióticas contra el yugo castellano mientras aniquilaba el Estado del Bienestar y a cambio solo recibía la aclamación unánime del pueblo catalán, definitivamente borracho de cava, fútbol samba y nacionalismo.
Y también salía por ahí el teniente de alcalde de Logroño, sentado a la entrada de La Redonda, pidiendo con gran patetismo una ayudita por favor para poder mandar a sus pobres hijos a una guardería y luego aparecía el PSOE entero, casi en estado de putrefacción, haciéndose la picha un lío con el federalismo, el confederalismo, el autonomismo y el postimpresionismo, y más tarde incluso me pareció ver a la señora Merkel descojonada de risa en un rincón.
Menos mal que, inopinadamente, el huracán Sandy cambiaba el rumbo, arrasaba Cataluña y España entera, mandaba las patrias a la mierda, todos pasábamos a ser difuntos y por fin había silencio. Un silencio irrevocable, profundo, sereno. Un silencio del que no me apetecía despertar.
(*) En la imagen, Artur Mas, durante su celebrado cameo en la película ‘Shrek’, antes de convertirse en Libertador de la Oprimida Patria Catalana