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Loco por incordiar

Aló monarca

Lo malo de hacer una entrevista blandita y algodonosa, una entrevista de mentirijillas, es que, al final, no sirve para nada…, salvo para desacreditar al entrevistador, al entrevistado, a la cadena que la emite y hasta al encargado de la escenografía.

Vimos el otro día a Jesús Hermida, con sus poses barrocas y sus palabras dulces como pastelitos, mantener una conversación (?) con el rey; un hombre al que se le pueden hacer, con todo el respeto, muchas preguntas: sobre los negocios de su yerno, sobre la fatiga monárquica que viene detectando el CIS, sobre la crisis que nos ahoga, sobre Cataluña… ¡Hasta sobre la fauna salvaje de Botsuana se le debería haber preguntado!

Pero los guionistas, Jesús Hermida, los directivos de TVE o quienes fueran, quizá por temor o tal vez por algún pacto previo, se olvidaron de hacer una entrevista. En su lugar, prefirieron bailar un minué largo y aburrido, un  ejercicio cortesano de reverencias, genuflexiones y besamanos: veinte minutos de espuma, veinte minutos huecos y leves como buñuelos de viento, veinte minutos de nada.

Si yo fuera el rey (o su jefe de prensa), ahora estaría muy enfadado. Han perdido una ocasión quizá irrepetible: afrontar las cuestiones que están en la calle por derecho y sin esconderse; dar respuestas razonadas y humildes a preguntas respetuosas, pero evidentes y francas. ¡Ni siquiera se necesitaba ser incisivo! Bastaba con haber parecido sincero, creíble y cercano. Nada resulta más majestuoso que un hombre de edad venerable que asume sus problemas, confiesa sus inquietudes e incluso pide perdón.

No sé de quién fue la idea de hacer así la entrevista, falsa como un trampantojo, pero creo que ha prestado un flaco favor a la monarquía.

 

(*) En la foto de EFE, el rey y Hermida durante la no-entrevista

 

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