No se trata de Bárcenas, ese pijo acumulador de billetes. No se trata de Camps ni de Correa ni del Bigotes. No se trata de Amy, esa fantasmal columnista que se disfrazaba de Lady Gaga y cobraba sus articulillos a doblón. No se trata del caradura andaluz aquel que se gastaba el dinero de los parados en cocaína. No se trata de Fabra el del Aeropuerto, el hombre al que más veces le ha tocado la lotería del mundo. No se trata de Unió ni de los Pujolitos ni de Blesa (el enterrador de Caja Madrid). Yerran ustedes el tiro si solo se fijan en ellos. Debemos pedir cuentas a los políticos honrados.
Sé que los hay, aunque ahora mismo el PP, el PSOE y CiU nos parezcan reedificaciones de Sodoma y Gomorra. Sé que los hay, claro, pero también creo que ellos son en buena medida responsables de lo que está suciendo. Ellos. Porque chorizos hay en todas partes (una cierta cuota de malnacidos resulta inevitable en cualquier organización), pero en este caso los corruptos conseguían medrar gracias a la estulticia, la inoperancia o el miedo de los políticos honrados.
¿Acaso nadie se había enterado de los manejos oscuros de Bárcenas? ¿Es posible que nadie en la Junta de Andalucía se coscara del escándalo de los ERE? ¿En qué pensaba Jesús Caldera para pagar 3.000 euros por artículo a una tipa de la que nadie sabía nada?
Una de dos: o los políticos honrados estaban siempre en la inopia (y eso es muy malo) o tenían miedito, canguelo, cobardía: preferían transigir y mirar para otro lado en lugar de denunciarlo en voz alta, ganarse la animadversión de un enemigo poderoso y arriesgar su carrera.
Necesitamos políticos honrados, vale. Pero, sobre todo, necesitamos políticos más valientes y menos apesebrados.
(*) En la foto de EFE, Bárcenas, en una Ejecutiva del PP del año 2009 cuando ya se olía la tostada. Sus compañeros de pupitre, todos honradísimos (¡faltaría más!), o estaban en la inopia o estaban acojonados. No sé qué es peor.