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Loco por incordiar

Landa y aquel cine

De Alfredo Landa recuerdo su mirada, a veces mansa y a veces coriácea, y todavía oigo su voz poderosa y racial, rotunda como un puñetazo. En los mil obituarios que he leído, nadie le regatea sus condiciones naturales de actor, aunque todos dicen sentir lástima por aquel cine infecto que le tocó protagonizar. Unas películas hechas a toda prisa y aderezadas con toneladas de sal gorda que ahora han adquirido el misericordioso cartel de «ejemplo sociológico».

No defenderé yo, ni siquiera a efectos polémicos, aquellos largometrajes llenos de suecas voluptuosas e íberos peludos y cascarrabias. Pero debemos reconocer que al menos conseguían una cosa, algo que suele pasar desapercibido y que en buena medida (ay) ha perdido el cine español: conectar con la sociedad, hacer taquillazos y reflejar como un espejo (incluso con toda su falsa moralina) los traumas y las miserias de aquella generación anonadada, que salía de una posguerra oscurísima, opresiva y mojigata, para descubrir un nuevo mundo. Un universo colorista, lleno de coches, televisiones, minifaldas, aventuras amorosas, divorcios, extranjeras rubias y desarrollismo económico; un universo atractivo y promisorio, pero también terrible, plagado de insólitos peligros y de amenazas hasta entonces remotísimas (recuerden ‘Miedo a salir de noche’, de Eloy de Iglesia).

Fue seguramente un inevitable sarampión pasajero que hoy nos da bastante vergüenza, pero que, en estos días de tribulación y masoquismo nacional, animo a revisar. Cuando uno ve ‘Vente a Alemania Pepe’ o ‘No desearás al vecino del quinto’ se da cuenta del increíble camino de modernización que ha recorrido nuestra sociedad en apenas cuarenta años: partiendo de muy lejos, hemos superado en tolerancia y apertura de miras a países que nos llevaban décadas de ventaja. Echen un vistazo, por ejemplo, a todo el follón (con episodios de violencia incluidos) que la aceptación del matrimonio gay está provocando en la laica, progresista y europea Francia.

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