Leo en este periódico que todo el mundo se ha sumado con entusiasmo, abrazos y profusión de fotografías a la candidatura de Logroño para Capital Europea del Deporte 2013. Reconozco que es un título que suena muy tremendo y que tiene muchas mayúsculas. Además incorpora la palabra «europea», un adjetivo que a nosotros, gente de pueblo y escasamente viajada, nos parece el colmo de la importancia y el no va más del cosmopolitismo. Tal vez por eso mi alcaldesa y mi anterior alcalde se fundieron en un democrático abrazo para presentar, ante un señor italiano de nombre y cargo desconocidos, lo que pomposamente bautizaron como «un proyecto de ciudad».
Disculpen si les chafo el subidón, pero en toda esta verbena hay algo que me mosquea. ¿De qué sirve ostentar un título que nadie conoce? ¿Acaso saben ustedes cuáles fueron las Capitales Europeas del Deporte del pasado año? ¿Y las del año anterior? ¿Estaban siquiera al tanto de la existencia de este altísimo galardón? Si nos lo conceden (y me temo que nos lo concederán), la cosa se resumirá en mil declaraciones altisonantes, cientos de titulares hiperbólicos y nada más. Acabaremos finalmente sepultados por un alud de cartelería enfática que nos caerá encima de repente, como una maldición de la que no podremos librarnos hasta el año que viene.
Y entonces, cuando se disipe el humo de esta nueva cortina, algún estratega municipal descubrirá en google otro remoto título al que presentarnos: quizá la Ciudad Europea de los Carriles Bicis por las Aceras 2014 o la Ciudad Europea de los Embarcaderos sin Barquitos 2014 o tal vez la Ciudad Europea con la Mejor Estación de Trenes sin Trenes 2014. Y no se preocupen: siempre habrá por ahí un señor italiano (o griego o alemán) al que invitar a comer para entregarle un dossier.
(*) En la fotografía, de mi compañera Sonia Tercero, la alcaldesa de Logroño entrega una caja-dossier al señor italiano al que invitaron a comer.