>

Blogs

piogarcia

Loco por incordiar

Al sol

 

Me gusta el verano, incluso cuando el termómetro enloquece y el mercurio ronda los cuarenta grados. Quizá por eso abomino de los aires acondicionados y de ese frío extemporáneo y artificial, casi metálico, que se clava en la garganta y somete a los riñones a un agudo proceso de criogenización, como si fueran a ser inmediatamente trasplantados.

Me gusta el verano, digo, y aún conservo esa ilusión infantil y un poco tontorrona por meterme en el agua. Disfruto nadando en las piscinas, peleándome con las olas en el mar, chapoteando en las opacas pozas de los ríos. Cuando me pongo el bañador y me calzo las chancletas, siento todavía ese temblor de los seis años; un momento fugaz de expectativas electrizantes que pronto se sacian, pero que nadie todavía (ni los años ni la crisis ni la estupidez ni la muerte ni los problemas) me ha logrado robar. Un irracional brote de alegría, en fin, que conservo afanosamente, como un tesoro que recibí en herencia del niño que fui y que he conseguido preservar pese a la implacable maldición del calendario.

Me gusta el verano, repito, y siento nostalgia de los veranos antiguos, de las comilonas familiares en el pueblo, de los paseos en bicicleta por los caminos pedregosos, de las lánguidas sobremesas a la sombra del castaño, de los eternos partidos de fútbol con mi primo, de los viajes intempestivos por España, cuando apenas había autovías y cruzar Despeñaperros adquiría el prestigio de una peligrosísima expedición a tierras ardientes, remotas y embrujadas.

Me gusta el verano, insisto, y únicamente aspiro a tumbarme al sol, beber una cerveza, leer algunos libros olvidados y sentir en mi piel un placer de lagartija. Y, por supuesto, no dedicaré ni un segundo más a pensar en la Merkel, en Bárcenas, en Rajoy, en Rubalcaba y en toda esa triste tropa.

(*) Foto de Miguel Herreros

Temas