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Loco por incordiar

El nuevo Suárez

El president de Catalunya, Artur Mas, fue al funeral de Suárez, agarró un micrófono, puso cara compungida, elevó la ceja derecha hasta el cogote e identificó su lucha con la que hace treinta años mantuvo don Adolfo.

En los últimos tiempos, desde que asumió su bíblica misión, don Artur se ha ido comparando con Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y Adolfo Suárez. Como ya no quedan hombres de esa talla, uno teme que en los próximos días Artur Mas acabe identificándose con Batman o con Mazinger Z, lo que, por otra parte, cuadraría más con la naturaleza homérica de su epopeya: ahí es nada liberar al pueblo catalán, humilde, abnegado y trabajador, de su inaudita opresión milenaria. Ríase usted del apartheid.

El problema con estas comparaciones es que nunca son del todo exactas. Tomemos el último ejemplo. ¿Tanto se mira don  Artur en el espejo de don Adolfo? Es cierto que Suárez cambió lo que parecía incambiable en pocos años, pero Mas olvida (me temo que a propósito) que lo hizo dentro de la ley. No hubiera tenido por qué respetarla, porque eran unas leyes inicuas y dictatoriales, pero así logró, con extrema habilidad, que no se rompiera la convivencia.

Con la ayuda de gente con cabeza (déjenme referirme a Carrillo y a Tarradellas), consiguió un hito que asombrará a los historiadores del futuro: que este país tan turbulento aceptara una verdadera democracia después de que las Cortes franquistas se hicieran el harakiri.

Don Artur, como le ha recordado el Constitucional, puede perseguir la indepencia catalana si lo cree conveniente; pero debe hacerlo respetando la ley. Una ley democrática que fue aprobada por todos (también –y muy fervorsamente– por los catalanes) y que puede ser cambiada e incluso vuelta del revés (¡cómo no!), pero siguiendo el procedimiento.

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