Ahora todos echamos pestes de Europa. En la radio, esta mañana, un señor muy enfático cuyo nombre no recuerdo decía que no iba a votar en las Europeas porque aquellos jerarcas de Bruselas solo eran una panda de burócratas, cleptómanos y plutócratas.
He de confesar que yo siento una profunda admiración por una persona capaz de utilizar esas tres palabras en una sola frase sin atragantarse (cleptómano, burócrata, plutócrata); pero luego saco la escoba, barro un poquito la hojarasca y descubro que la frase, tan efectista, es profundamente tramposa e injusta. Ocurre que, al calor de la crisis, han salido muchos comentaristas que buscan el aplauso fácil. Algunos hasta se han metido a políticos.
De repente, se nos han ido las ganas de ser europeos. Olvidamos quizá que ellos engordaron nuestras vacas y que si ahora tenemos autovías, calles bien pavimentadas y pueblos con agua corriente y luz eléctrica es, en buena medida, gracias al dinero que nos llegó de Bruselas cuando aún éramos subdesarrollados. Si uno (como es mi caso) no está de acuerdo con muchas de las políticas que ahí se cuecen, el camino no puede ser prenderle fuego a todo ni perder la memoria, sino quejarse con argumentos. Y votar.
Los únicos que extrañamente parecen mantener su fe en la UE son los nacionalistas catalanes, aunque Bruselas se empeñe en recordarles que la secesión les dejaría fuera de este corrito. Ellos sí que cometen un grave error.
Si Artur Mas dijera, por ejemplo, que una Catalunya Lliure se olvidaría de la UE y pediría su inmediato ingreso en la Federación Rusa, en cinco minutos tendría a Putin fondeando sus naves en Barcelona, reconociendo el Estat Catalá, controlando las fronteras con España y llenando los puticlubs de Las Ramblas de milicianos rubios.
¡No sé a que espera!