En estos días turbulentos, me acuerdo de Ennio Flaiano.
Don Ennio, italiano de Pescara, era un tipo singular: escribía como los ángeles, con un sentido del humor ácido y penetrante, aunque ese trámite de escribir libros para luego publicarlos le daba una horrible pereza. Con su primera novela (‘Tiempo de matar’) ganó el premio Strega, el más relevante de la literatura italiana, pero se cansó. «Fue acogido tibiamente –recordaba–. Un crítico dijo que me esperaba en el segundo libro. Todavía está esperando». Murió en 1972 sin publicar jamás ese «segundo libro».
Fue, sin embargo, un guionista excepcional y un fascinante creador de frases. Tenía el colmillo bien afilado y una vaporosa elegancia británica que hoy le hubiera impedido triunfar en Twitter, convertido cada vez más en un burdo vaciadero de insultos.
En un momento de particular convulsión en la política italiana, cuando todo parecía irse al garete definitivamente (en Italia todo parece siempre a punto de irse al garete definitivamente), Flaiano sentenció: «La situación es grave, pero no seria». El otro día, viendo en la televisión al pequeño Nicolás con su flequillito, al Monago de mojo picón, a la Mato en plan qué-tonta-soy-si-no-me-di-cuenta-de-lo-del-Jaguar, al oprimido y expoliado poble catalá pseudovotando en pseudournas; el otro día, digo, me di cuenta de que la situación, en España, también es grave, pero en modo alguno seria.
Ocurre que a los españoles nos falta ese puntillo cómico de los italianos y todo nos lo tomamos a la tremenda, salvajemente, trágicamente, sin admitir los infinitos matices de una realidad extravagante, como si en todo halláramos motivos para reanudar una eterna y jamás resuelta guerra civil.
En fin. No desfallezcan. Sigan remando. Como también dijo Ennio Flaiano: «¡Ánimo, lo mejor ya ha pasado!».