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Loco por incordiar

Voltaire

A la escritoría somalí Ayaan Hirsi Ali su abuela le rebanó el clítoris cuando era pequeña.

Luego se hizo islamista radical, vistió el hiyab, fue seguidora de los Hermanos Musulmanes y apoyó la condena a muerte contra Salman Rushdie. Más tarde emigró a Holanda. En Amsterdam se quedó de piedra: descubrió que la gente decía y hacía lo que le venía en gana. Decidió entonces salir del gueto mental en el que vivían confinados sus parientes. Estudió Ciencias Políticas y acabó haciéndose atea y feminista. Pero no lo llevó por dentro, introspectivamente, sino que lo dijo en voz alta e incluso lo escribió.

Su familia la repudió, sus antiguos correligionarios la amenazaron y a su amigo y colaborador Theo Van Gogh, cineasta, se lo cargaron de ocho balazos. En muchas universidades americanas la tienen vetada porque algunos alumnos musulmanes le tachan de islamófoba. Ella, en cambio, defiende su derecho a la apostasía y clama por un islam renovado, que escape de la literalidad y someta toda su tradición, también su texto sagrado, a revisión crítica.

En su último e inquietante libro, Hirsi Ali relata una anécdota. Un día participó en una educada charla en Amsterdam bajo el título: «¿Quién necesita un nuevo Voltaire, Occidente o el mundo islámico?» Todos los ponentes de aquel debate, sociólogos y pensadores europeos, llegaron a la conclusión de que sin duda era Occidente quien necesitaba otro Voltaire: alguien que pusiera patas arriba todos los valores de una sociedad corroída, hipócrita y mentirosa. Hirsi no salía de su asombro. Era como si la gente allí reunida se flagelara al ver la paja en su ojo mientras ignoraba alegremente la viga en el ojo ajeno.

Estos días, tras conocer los atentados yihadistas del Boulevard Voltaire, he pensado mucho en esta historia. 

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