Yo, señores, no soy mala. Organizo rastrillos benéficos con mis amigas marquesas (Fifí, Pitita, Cuqui) y ahí vamos todas con nuestros abrigotes de pieles, dispuestas a bajarnos de los muchos apellidos que tenemos para ponernos un delantal y servir un chocolate a los visitantes.
Los pobres nos duelen, señores, y es un dolor que sentimos muy adentro, como si un aguijón se nos clavase por entre las perlas del collar, y por eso damos un óbolo generoso (¡demasiado generoso diría yo!) a las cocinas económicas para que coman los pobres, que son seres humanos, de eso estoy convencida, aunque a veces huelan mal y muchos no tengan educación ni principios morales. Luego, con la conciencia bien tranquila, tomamos el avión y nos vamos a Panamá.
En aquel edén, señores, descansamos de tanta generosidad y nos paseamos en pareo mientras el señor Mossack y el señor Fonseca nos sirven daiquiris junto a la piscina. Es agradable encontrarse allí con tantos viejos amigos. Vemos a Pedro, por ejemplo, que nos resulta tan pintoresco con esos pelos de loca y ese hablar oxidado de cuando la Movida. Le gritamos ¡¡¡Pedrooooo!!! y él nos hace reír con sus diatribas furibundas contra la derecha rapiñadora mientras se hace graciosamente el tonto (como mi sobri, como Anita Mato) cuando ve a su hermano Agustín de aquí para allá llevando sobres.
También jugamos a descubrir dónde cae en el mapa la isla favorita de Imanol, ésa en la que tuvo la ocurrencia de poner su sociedad, y nos damos cuenta de cuánta geografía estamos aprendiendo desde que estamos en Panamá. Luego, para matar la tarde, solemos echar una partida de bridge con los Pujolitos, con Bertín y con ese chico que se parece tanto a Aznar y, entre carcajadas, llegamos a la conclusión de que España nos roba a todos. ¡Bastante ayudamos ya a los pobres como para encima tener que andar pagando impuestos!
(*) En esta bonita foto, de Lara Barreriro para la Agencia Efe, aparezco rastrillando, que es lo mío.