El hombre que se parecía a Aznar tenía mala memoria. A veces no recordaba dónde había puesto las llaves ni en qué paraísos fiscales había domiciliado sus empresas. Esos olvidos pequeños cada vez eran más frecuentes y le jugaban malas pasadas. «¿No me estará entrando un alzhéimer?», se preguntaba. Para luchar contra la demencia precoz, el hombre que se parecía a Aznar se compraba revistas de sudokus y todas las noches, antes de irse a la cama, rellenaba siete u ocho autodefinidos.
Llevaba unos meses sin trabajo. Se pasaba los días en chándal, iba a comprar yogures al Simply y luego, para hacer tiempo, se tomaba un cafecito en el bar. Aquel día, el hombre que se parecía a Aznar se pidió un cortado y observó que alguien había dejado sobre la barra el Diario de Avisos, que ya tenía las hojas casi transparentes por los manchurrones de aceite. Miró al camarero y le pidió permiso para hacer el crucigrama. El tipo no dijo nada, pero resopló con desgana: ¡estaba harto de esos prejubiletas que ganan un pastón pero no son capaces de gastarse un miserable euro en comprarse el periódico!
El hombre que se parecía a Aznar sacó un bolígrafo y fue rellenando cuadritos. Cuando llegó al número siete vertical, dio un respingo. Ponía: «Organismo que brinda asistencia financiera y técnica a los países en desarrollo». Eran dos palabras. Doce letras en total. Se lo pensó un rato. Empezaba por be, de eso estaba seguro, pero no le salía. De pronto dio un respingo. «¡Coño, el Banco Mundial!», exclamó. Le hizo tanta ilusión resolver el crucigrama –era de los difíciles– que inmediatamente sacó el móvil y llamó a su amigo Mariano para contárselo y de paso pedirle un trabajillo.
Luego se montó un lío de mil demonios. El hombre que se parecía a Aznar había olvidado por qué lo habían echado de su anterior curro. ¡Esa maldita memoria!
(+) En la foto, de la Agencia Efe, el hombre que se parecía a Aznar trata de anudarse el nudo de la corbata segundos antes de darse cuenta de que se la había dejado sobre la cómoda de la habitación.