A Miguel Escalona Heredia lo reclutaron, lo mandaron al frente del Norte y se llevó un balazo. Tenía 18 años y cayó el 3 de octubre de 1936 en Éibar. Estudiaba Químicas en la Universidad de Zaragoza y al parecer era miembro de Falange Española.
No creo que deba ser repudiado ni maldecido. Todo lo contrario: es digno de una profunda misericordia. Leo su escueta, casi incipiente, biografía y pienso que seguramente sólo fue un pobre muchacho de ideas exaltadas –como tantos otros en aquellos tiempos desaforados– al que le pegaron un tiro demasiado joven.
Miguel Escalona murió en el frente apenas cumplida la mayoría de edad. Corrió la misma (mala) suerte que miles y miles de chavales de los dos bandos que, sin embargo, no recibieron homenajes ni tienen dedicadas calles a su nombre.
Y aquí está el porqué del caso. El régimen franquista aprovechó el tristísimo caso de Miguel Escalona Heredia para montar una operación propagandística que empezó con un funeral apabullante y acabó con una calle en Logroño. Es cierto que, como dicen los vecinos, casi nadie recuerda hoy la historia de Miguel Escalona; y también es verdad que hay otros nombres en el callejero (Juan Yagüe, Jorge Vigón) que causan sonrojo y cuya eliminación resulta muchísimo más urgente; pero nada hay que justifique el homenaje continuo de Logroño a Miguel Escalona.
Si acaso, deberíamos dedicar una calle a los miles de reclutas sin suerte que, como Miguel, murieron en aquella guerra.