Ahora que tenemos a Kofi y sus mariachis analizando el problema vasco (ese curioso conflicto en el que un bando mataba y el otro bando moría), me apetece a mí meter un poco la cuchara. Porque, tras verificar la derrota de ETA, tal vez debamos pasar página y atacar el verdadero problema; la verdadera raíz de casi todos los conflictos vividos en el funesto siglo XX: el nacionalismo. Una doctrina irracional, tenebrosa, conservadora hasta la ranciedad, egoísta por definición y políticamente absurda (aunque inflamable y peligrosa).
Pero no quiero irme por las ramas. Prefiero ir por partes. “Derecho a decidir”, dicen los abertzales. Y se les llena la boca con ese eslogan tan bonito, tan democrático, tan musical. El problema no es la existencia de un “derecho a decidir”. El problema no es el derecho, sino el sujeto: ¿Quién tiene derecho a decidir? En una sociedad democrática moderna, los derechos son individuales: yo, como ciudadano, tengo tales y tales derechos y tales y tales deberes. No existen los derechos colectivos. Esta frase encierra el germen patológico del absolutismo.
Los pueblos no tienen derechos. Los tienen sus habitantes. ¿Quién es el pueblo vasco? ¿Los que viven allí? ¿Los que se fueron, hartos de la impudicia nacionalista? ¿Los que tienen cuatro apellidos euskéricos? ¿Los que quieren ser vascos? Pongamos, como hipótesis, que se conceda el tan ampuloso “derecho a la autodeterminación del pueblo vasco”. ¿Por qué concedemos ese derecho a las tres provincias vascas en conjunto, como si fueran un monolito indestructible? ¿Podría Álava, por ejemplo, ejercer ese derecho a la autodeterminación en contra de Guipúzcoa y Vizcaya? ¿Podría Laguardia, por ejemplo, decidir libremente seguir ligada al Estado español? Más aún: ¿por qué quienes piden ese ‘derecho a decidir’ para el ‘pueblo vasco’ se lo niegan a Navarra, región mayoritariamente hostil al nacionalismo vasquista?
ETA ha muerto. No se ha suicidado. La mataron las fuerzas de seguridad del estado y algunas medidas políticas decisivas y valientes (esas que, según el PNV, solo iban a traer dolor y sufrimiento). Dejemos que esos fachas de Bildu se laman las heridas y oculten su frustración bajo un saco de palabras huecas, altisonantes y repipis. Nuestro enemigo es el nacionalismo. El nacionalismo de todo tipo y color. Y celebremos que, por fin, haya llegado el momento de los argumentos, sin pistolas a la vista.